"¿Quiénes son los guardianes de la historia? Los historiadores, naturalmente. Las clases educadas, en general. Parte de su trabajo es la de conformar nuestra visión del pasado de manera que sostenga los intereses del poder presente. Si no lo hacen así, serán probablemente marginados de una manera o de otra". Noam Chomsky
"Fabricar la historia" siempre ha sido una de las pretensiones más infames del totalitarismo, en especial del bendecido por la Iglesia, desde mucho antes de aquel caudillo arzobispo navarro-castellanista Jiménez de Rada (invasor del norte de Andalucía en el s. XIII, con ingente número de otros esbirros llamados a la 'cruzada' por el papa) hasta el tiempo del otro caudillo innombrable de El Ferrol, por todos conocido, el cual tiene el dudoso honor de adelantar por uno más al número de campos de exterminio ordenados crear por Hitler, hecho casi ignorado por la ciudadanía y omitido en el ámbito docente.
Debemos hacer un sucinto recorrido histórico a la hora de dotarse de una bandera identificativa de un pueblo, en cualquiera de sus unidades administrativas. No solo hay que atender a la sensibilidad y sugerencias de la ciudadanía, so pena de caer en el más espantoso ridículo por parte de políticos muñidores de la clericalla. La elección de una enseña, con valor representativo y sentimental, por ello no depende de la vexilología. Los 'vexilos', de donde procede el término, eran los toscos paños rígidos que se enarbolaban en los imperios romano y visigótico. No sería hasta el apogeo máximo de la Ruta de la Seda, con Al-Andalus, cuando cabe hablar con propiedad, por vez primera en Europa, de flamantes banderas confeccionadas con esta fibra natural del capullo del 'bombix mori' o gusano de seda. Por ello, antes de que los almendros poblasen nuestras sierras, las moreras reinaban, por ser sus hojas el alimento de los insectos productores de ese tesoro, el cual llegó a valorarse más que el oro, motivo de orgullo y de gloria.Testigo aún de la importancia de ese comercio, que convertiría al Portus Magnus de Almería en un emporio mediterráneo -con su propia flota para protegerlo-, es la costumbre aún no perdida de regalarle a los niños gusanos de seda, humildes artífices de nuestra cultura milenaria.
Los grandes maestros de la sericultura, los almerienses, no se prodigaron antaño en confeccionar banderas para halagar la vanidad de gerifaltes ensoberbecidos metidos a diseñadores catetos, con tenacidad artística se esmeraron en tejer tapices, alcatifas, elegantes vestidos, banderas, fundas de almohada bordadas, vanidosas casullas para obispos y hasta forros de ataúdes para los pudientes. Los maestros tejedores de Almería, podemos afirmarlo sin jactancia y por ser fieles a la historia, no tuvieron rival en el mundo. Ni siquiera China pudo competir con el oriente andalusí en el acabado final del raso, símbolo de nuestro esplendor económico de aquel tiempo. El hecho de conocer el secreto del alumbre para la fijación de los colores en los tafetanes era tan primordial como la destreza sin igual de las manos de aquellos genios. Prueba de ello es que no hemos heredado de nuestros antepasados las groseras manoplas de rústicos castellanos, sino las delicadas de aquellos artistas especializados, que hacen ser tan hábiles a tantos andaluces hoy en actividades que requieren precisión, como la cirugía o la odontología.
Por eso la bandera que quieren imponernos de la 'cruz roja' genovesa, la de Sant Jordi, debería repugnar a cualquier almeriense que no se odie a sí mismo, y al lugar que le acogió o le vio nacer. Porque no solo era la bandera de la República de Génova, la cual participó en el saqueo de la floreciente ciudad con el fin de liquidar nuestra primacía en la industria textil, secuestrando a los artesanos junto con sus máquinas de tejer. A algunos les ciega su islamofobia u odio antisemita, y al ver una cruz les hacen los ojos chiribitas, sobre todo si es gamada. Sin embargo la relación del imperio español con Génova siglos más tarde, cuyos banqueros ahogaron a la Corona endeudándola al financiar la guerra de Flandes, fue la de necios militaristas hipotecados, y cada vez más empobrecidos, por la usura de los prestamistas genoveses... ¿podemos asumir la enseña extranjera de unas sanguijuelas, y tener incluso la desvergüenza y falta de amor propio de denominar así a una da las playas emblemáticas, a los pies de la Sierra del Cabo de Gata, donde fondearon esos piratas?
Entre otros participantes en la empresa de rapiña pisanos o catalanes, no olvidemos al principal socio de la 'empresa', solapado con cinismo en las historietas tendenciosas: el poderoso sultán Muhammed ben Mardanis (hijo de Martínez), apodado el rey "lobo", de Lubb o Lope, delatando el origen cristiano mozárabe de aquel musulmán murciano socio de los 'cruzados'. Por el deslucido fuste al lado de este potentado jerarca de la opulenta Murcia, al rey castellano compinchado con él le apodaron 'el sultancillo', Antes de montarse maniqueas batallitas de moros y cristianos no conviene omitir con cinismo ignaro que durante siglos unos reinos se aliaban con otros, siendo la religión ya entonces subterfugio para los negocios, sin importar la sangre vertida o la ruina de inocentes. El propio Cid -del árabe 'sid', señor-, a pesar de la falaz imagen holivudiense de Charlton Heston, en realidad era un sicario que lo mismo servía a mandatarios muslimes o trinitarios. El daltonismo histórico solo satisface, lo siento, a voluntades estultas o serviles, en medio de un mar de sandeces academicistas chusqueras. Y ni siquiera ayuda a combatir tal esperpento el insulto de algunos, al comparar los colores del foráneo pendón genovés con los del admirable club de fútbol local, en plan pasión atlética de Torrente.
Por si fuera poco, como precisa un compañero alpujarreño emigrante, la iglesia de Santa María del Pino, segunda en importancia en Barcelona tras la catedral de la Sagrada Familia, aún tiene las puertas que los saqueadores catalanes se llevaron de la Mezquita Mayor de Almería, sobre las que pueden leerse inscripciones en árabe con los nombres Allah y Muhammad. Otros objetos fruto de aquel saqueo del siglo XII pueden contemplarse en el museo naval de la ciudad.
No, en modo alguno, una bandera mercenaria y extranjera jamás podrá representar el amor que los almerienses, hasta los de adopción o lejos del hogar, sentimos por nuestra actual provincia o ciudad milenaria. Propongo una bandera de color verde turquesa, color inspirado en el tono de las aguas del mar de Almería, en el que los supremos maestros alfareros nijareños se inspiraron para fabricar sus creaciones de fama sin par, la célebre cerámica califal. En medio de la enseña un Indalo blanco, inmortal éter del cielo levantino andalusí, rupestre símbolo de nuestra tenacidad laboriosa, y el lema escrito: "Almería, tierra madre libre". Os invito a confeccionarla por nuestros propios medios. Ya veremos con que bandera, espontáneamente, nos identificamos nada más verlas desplegadas: si con "la Rancia" impuesta por políticos con olor a sacristía... o con LA LIBRE.
Al tiempo.