Me cuesta trabajo creer hasta qué punto de indignidad se puede llegar en una contienda electoral cuando destacados personajes de la vida pública española son capaces de recurrir a acusaciones infundadas, calumniosas y rastreras en la creencia de que así lograrán un puñado de votos que de otra forma no conseguirían.
El ejercicio de la política debe requerir de cuantos compiten con posibilidades de ser representantes de una parte de la sociedad en las instituciones, de un mínimo de honestidad, de rigor intelectual, de sentido común y de respeto a la ciudadanía del que han carecido quienes se han atrevido a acusar de racista a Pedro Sánchez, candidato a la presidencia del Gobierno por el PSOE, por un gesto mecánico, natural y falto de cualquier tipo de intencionalidad, al frotarse ligeramente las manos tras habérselas estrechado a un niño negro.
Pedro Sánchez no es racista. Pedro Sánchez es el líder máximo del Partido Socialista y por eso es el candidato de un partido centenario, serio, comprometido con la defensa de los más débiles y excluidos de la sociedad y defensor a ultranza de la letra y el espíritu del artículo 14 de la Constitución. Artículo en el que los socialistas, junto al resto de los ponentes constitucionales, pusimos un empeño innegociable en que se convirtiera en el foco luminoso e indiscutible que alumbrara todo el texto constitucional. “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Yo puedo dar fe de que Pedro Sánchez no es racista y que es una ignominia acusarle de serlo por un gesto inocuo, sin intencionalidad y absolutamente mal interpretado por sus adversarios políticos que, por cierto, no han querido ver como en el video difundido es precisamente Pedro Sánchez quien primero se aproxima a la familia negra con la que se encuentra y que es él quien toca cariñosamente al niño negro y no al revés. De la misma forma que se le ve abrazando y dando besos a otros componentes negros que se acercaban a saludarle.
Quienes por razones de la actividad política que hemos desarrollado ―quien firma este escrito ha sido Diputado socialista en el Parlamento español y en el Parlamento Europeo durante 23 años continuados― hemos participado en centenares de encuentros, reuniones, convenciones y mítines. Y en casi todos hemos sido abrazados, apretados y besuqueados por gente entusiasta que quiere manifestarte así su cariño o su adhesión a lo que uno representa. Y créanme, en más de una ocasión he tenido que sacar el pañuelo para limpiarme la mejilla de los mocos que me ha dejado algún chavalín cuya madre me ha puesto a su hijo frente a mi cara. Y esto me ha pasado aquí, en España, en África y en centro Europa. Y a nadie se le ha ocurrido llamarme racista.
Pedro Sánchez no ha hecho ningún gesto de rechazo o repudio hacia unas personas a las que él quiere, a las que él respeta, y a las que él defiende precisamente porque están más expuestas a sufrir las consecuencias del racismo y la xenofobia que tantos estragos y crímenes están ocasionando en el discutiblemente llamado “mundo civilizado”.
Quienes han llamado racista a Pedro Sánchez le deben pedir públicamente disculpas, y no solamente a él sino a todo el Partido Socialista Obrero Español, porque a nosotros no se nos habría ocurrido llamar racista a don Mariano Rajoy, que lleva en su lista al Congreso a una gitana que será Diputada por la provincia de Sevilla, o a don Pablo Iglesia que colocó a otra gitana como cabeza de lista de su partido por la provincia de Salamanca.
Me niego a aceptar que, por unos políticos, ―o mujeres políticas―, de escasa estatura moral, sea verdad aquello de que “todo pueblo tiene la clase política que se merece”.