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¿Autonomía? Para qué

miércoles 07 de diciembre de 2016, 21:51h

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Nada es porque sí. Ni para nada. Ni por casualidad. Ni para lucirse; eso todavía menos. El tiempo de las manifestaciones ha pasado. Es decir, ha pasado el tiempo de obtener atención con ellas, en especial, para algunas cosas como reclamar derechos, cuando el derecho existe, pero tiene escasa incidencia en el imaginario colectivo. Cuando una mayoría no es consciente de sus derechos, se requiere información previa. Y salir a la calle, por sí sólo, no despierta la conciencia. No hemos avanzado. En estos momentos ninguna generación viva conoce la democracia, se limita a creer que esa palabra define el hecho de meter un sobre en una urna, acción que los políticos actuales se han forzado en magnificar, para ocultar su verdadero sentido. En su origen, “Demos-Kracia” es el gobierno del pueblo; pues poco gobierna quien se limita a depositar el voto sin participar luego mínimamente en las decisiones que le afectan.
Hace falta algo más que una manifestación para convencer al Gobierno –al andaluz y al español- que queremos autonomía. Autonomía para defender nuestros derechos, no este remedo hecho para colocar amigotes y compromisos partidistas y frenar aquel anhelo autonómico de 1977, que puso en vilo las expectativas electoralistas de quienes ya tenían rendida Andalucía al capital oligopólico alemán, desde 1974. Cuando los salarios y el ingreso de autónomos y pequeñas empresas bajan, mientras crecen desproporcionadamente los beneficios de bancos y grandes empresas, cuando las diferencias se agrandan de esta manera, cuando los bancos dejan de buscar beneficio en la inversión, porque lo han “encontrado” en castigar los depósitos y depositar las ayudas en el Banco de España o el BCE, cuando las grandes corporaciones obtienen más beneficio vendiendo menos, porque la gente no tiene medios para comprarles, el sistema financiero se ha descolocado. Se fagocita a sí mismo. La ambición por acumular efectivo ha sustituido al deseo de renovar, mejorar, crear y aportar riqueza. Entonces se crea pobreza, porque el dinero de todos se trasvasa a sus bolsillos. Esto ya no es ni capitalismo: es voraz oligarquía, camino del nuevo y peor esclavismo.
A esta situación sólo se llega tras un periodo de desinformación, engaño, manipulación. Porque una sociedad formada no lo permitiría. Una sociedad andaluza formada, jamás habría permitido que un partido monopolice y deforme groseramente la Autonomía, hasta reducirla a un instrumento en beneficio exclusivo del propio partido y en pago de sus compromisos anteriores. Por eso, todas las manifestaciones están muy bien. Especialmente cuando, de nueve millones de personas se manifiesten siete, en la calle y en las urnas. Consecuentemente. Ser consecuentes exige ser conscientes: estar formados e informados. Mientras los políticos profesionales no entiendan que los votos más fieles llegarán de la consciencia, tendrán que repartirse los descontentos, la manipulación, la utilización de la inconsciencia y, por tanto, el fomento de la ignorancia. Las mejores armas para actuar sin control popular, por lo tanto a su propio albedrío y en su sólo beneficio.

Rafael Sanmartín

Estudió Filosofía y Marketing y es especialista en Historia. Ha trabajado en prensa, radio y TV. Obtuvo el premio 'Temas' de relato corto por El Puente (1988), así como el '28-F' (2001), por La serie La Andalucía de la Transición, emitida por Canal Sur Televisión. De su producción literaria cabe destacar: El País que Nunca Existió (1977), El Color del Cristal, novela (2001), La Importancia de un Hombre Normal, que narra la biografía de Blas Infante, (2003), Historia de Andalucía Para Jóvenes (2005), Grandes Infamias (2006) y De Aquellos Polvos... La Autonomía y sus orígenes históricos (2011) Para el autor "la Historia es el espejo donde podemos vernos y conocernos, aunque, como está escrita por los vencedores, debe analizarse con espíritu crítico para poder interpretarla".