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viernes 20 de enero de 2017, 07:51h

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Es el número de viviendas que están dispuestos a demoler “porque no se venden”. El mayor crimen perpetrado por un Gobierno, aparte masacres humanas y campos de concentración y exterminio. Como esas trescientas quince mil viviendas no se han vendido, se derriban. ¿Para qué? Porque ahí tienen pretexto para seguir subvencionando a promotoras-constructoras-inmobiliarias, creadoras con la banca de la gran burbuja, cuyo estallido todavía nos salpica a todos; con que justificar (excusar es más preciso) el seguir construyendo. Es decir: para posibilitar la venta de media docena de viviendas de lujo en ciertas zonas playeras, mientras el resto… se podrán demoler también dentro de unos años. Y ¿vuelta a empezar?
Con ese fin se maneja y se difunde información falsa como: “repunta la venta de viviendas”; “los precios se recuperan”, y otros similares. Hablar de una falsa recuperación de los exorbitantes precios anteriores a la formación de la burbuja, podría explicarse en el intento de mantener el beneficio deseado. Intento vano, porque además de la restricción del crédito, hoy nadie puede embarcarse en los ceros a la derecha de una vivienda. Lo prueban los propios bancos, que están vendiendo sus carteras a fondos extranjeros. Estos, como la Comunidad “de” la señá Cristina, con la inexistente ética de darlas a fondos buitre por debajo del costo, antes que rebajárselos a los ciudadanos y familias necesitadas; y así perpetuar el lacerante problema de la vivienda.
Pese a todo, incapaces de diversificarse para crear empleo duradero, no vaya a ser que las grandes corporaciones europeas y americanas les agüen el negocio; o simplemente por incapacidad propia, pese a que el “negocio” ni de lejos es ya lo que era, se empeñan en seguir construyendo, mientras “con la otra mano” se destruyen las construidas. Entre lo que ha costado levantarlas y lo que cueste derribarlas -todo, dinero perdido- sería mucho más rentable ponerlas a disposición de la ciudadanía a precios razonables, asequibles, incluso a precio de costo. Pero la ambición es tan fuerte, tan indecente, que prefieren perder, en su vano intento por ganar.
¿Otra burbuja? Parece difícil pues para eso tiene que fluir el crédito y los banqueros, ahora, se “conforman” con obtener el beneficio de cobrar por el mantenimiento de las cuentas y el pago de recibos, después de haberlo hecho obligatorio, que todo está estudiado. Todo. Como exigir trabajo fijo al peticionario de crédito, después de forzar la precariedad y el despido libre. Nadie ha pagado por lo que hicieron: elevaron los precios artificialmente, hasta el delirio. Endeudaron a las familias, que, más conformistas que inocentes, se dejaron embaucar, con el tópico “las cosas son así”, (cuando no eran así: las forzaron a ser) crearon un artificio, una farsa, un mito descomunal, del que tuvimos que sacarles los demás. Pero no se rinden. No.
Mientras haya un Gobierno dispuesto a apoyarles en su torpe ambición especulativa; un Gobierno capaz de mantener a los bancos con dinero de todos, sin exigirles cuentas, ni cambio de actitud y de sostener la economía en la insostenible “econosuya” de la construcción, seguirán inflando burbujas.

Rafael Sanmartín

Estudió Filosofía y Marketing y es especialista en Historia. Ha trabajado en prensa, radio y TV. Obtuvo el premio 'Temas' de relato corto por El Puente (1988), así como el '28-F' (2001), por La serie La Andalucía de la Transición, emitida por Canal Sur Televisión. De su producción literaria cabe destacar: El País que Nunca Existió (1977), El Color del Cristal, novela (2001), La Importancia de un Hombre Normal, que narra la biografía de Blas Infante, (2003), Historia de Andalucía Para Jóvenes (2005), Grandes Infamias (2006) y De Aquellos Polvos... La Autonomía y sus orígenes históricos (2011) Para el autor "la Historia es el espejo donde podemos vernos y conocernos, aunque, como está escrita por los vencedores, debe analizarse con espíritu crítico para poder interpretarla".