Recuerdo aquel caluroso junio en Almería, cuando el sol parecía brillar con más fuerza que nunca y yo, como tantos otros, me encontraba atrapada entre libros, esquemas y una montaña de nervios. Aquella era la época de la Selectividad, o como ahora le llaman, la EBAU. Suena moderno, ¿verdad? Pero al final del día, sigue siendo lo mismo: una prueba que puede abrir o cerrar puertas hacia el futuro.
La Selectividad ha cambiado de nombre y de reglas, pero la esencia permanece intacta. Para muchos estudiantes almerienses, esos días se convierten en una especie de ritual. Recuerdo a mi amiga Laura, que se pasaba las noches en vela rodeada de café y folios llenos de fórmulas matemáticas. ¡Qué estrés! A veces me preguntaba si realmente valía la pena tanto sacrificio por un par de exámenes. Pero claro, todos sabíamos que era la llave maestra para acceder a nuestras ansias universitarias.
En Almería tenemos esa forma tan particular de vivir las cosas. Mientras algunos se encerraban en sus casas para estudiar, otros optaban por ir a la playa a despejarse un poco (¡y qué bien les iba!). Yo solía ser parte del segundo grupo; después de un par de horas con los libros, no podía resistirme a un chapuzón en el Mediterráneo. La sensación del agua salada y el sonido de las olas eran mi salvación ante tanta presión. Pero claro, después venía el remordimiento... “¿Y si no estudio lo suficiente?” Esa eterna lucha entre disfrutar del verano y prepararse para el futuro.
Los nervios son inevitables. En mi caso, recuerdo claramente cómo mi madre se convirtió en mi coach personal. Cada mañana me decía: “Tú puedes, cariño”. Y aunque su apoyo era incondicional, también había momentos en los que sentía que tenía más presión sobre mis hombros que un camión cargado de melones en agosto. ¿Quién necesita eso? Pero así es nuestra cultura: nos apoyamos unos a otros hasta el extremo.
Y luego están las anécdotas divertidas. Como aquella vez que decidí hacer un esquema gigante en la pared del salón para repasar Historia del Arte. Mi padre entró y casi se desmaya al ver cómo había dejado todo lleno de rotuladores. “¿Qué es esto? ¿El nuevo Louvre?” me dijo entre risas. Al final, ese esquema se convirtió en una especie de mural artístico que mis amigos venían a admirar más que a estudiar.
La EBAU puede parecer solo un examen más en la vida académica, pero es mucho más que eso: es una experiencia compartida entre compañeros, amigos y familias enteras. Esos días llenos de ansiedad nos unen como comunidad almeriense; todos estamos en el mismo barco navegando por aguas inciertas hacia nuestro futuro.
Estoy mirando hacia atrás y recordando aquellos días locos llenos de esquemas y nervios. Si estás a punto de enfrentar esta prueba monumental, quiero decirte algo: respira hondo y disfruta del viaje. Al final del día, lo importante no es solo el resultado sino lo que aprendes sobre ti mismo en el proceso. Y recuerda siempre: ¡la playa te espera!
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