Aquí estoy, con el ventilador a toda potencia y un vaso de agua helada en la mano, escribiendo sobre la ola de calor que nos está achicharrando. Y es que, si hay algo que sabemos en Almería, es lo que es enfrentarse a temperaturas que parecen sacadas de una película apocalíptica. Este verano, las alertas de AEMET no son solo un aviso más; son un grito desesperado en medio del asfalto hirviendo.
Recuerdo hace unos años, cuando decidí hacer una excursión al desierto de Tabernas con mis amigos. Era julio y, por supuesto, pensamos que sería una gran idea. La realidad fue que acabamos en un estado lamentable: sudorosos, deshidratados y con ganas de rendirnos antes de llegar a la primera parada. Nos reíamos entre nosotros mientras intentábamos encontrar sombra bajo una triste palmera. En esos momentos, uno se da cuenta de lo frágil que es el cuerpo humano ante el implacable sol almeriense.
Este año, el calor no solo nos afecta a los jóvenes aventureros como yo; golpea especialmente a nuestros mayores y a aquellos que trabajan al aire libre. En mi barrio, he visto cómo algunos ancianos se quedan encerrados en casa durante horas porque salir significa enfrentarse a un horno gigante. Mi abuela siempre me dice: “Niña, yo ya he vivido suficiente calor para saber cuándo quedarme dentro”. Y tiene razón; ella ha vivido más veranos de los que puedo contar y sabe cómo cuidarse.
Pero aquí no acaba la cosa. Según el sistema MoMo del Instituto de Salud Carlos III, este verano se han registrado más de 3.000 muertes atribuibles al calor. ¡Tres mil! La mayoría entre personas mayores de 74 años. Es escalofriante pensar que esas cifras podrían ser mucho más altas si no tomamos conciencia del impacto del calor extremo en nuestra salud. Cada vez que veo las noticias sobre esto me pregunto: ¿qué estamos haciendo para proteger a nuestros mayores? ¿Dónde están las campañas informativas?
En Almería, donde el sol brilla casi todo el año, deberíamos estar acostumbrados a estas temperaturas extremas. Pero la verdad es que cada ola de calor parece más intensa que la anterior. Me acuerdo de mi amigo Juanito, quien trabaja como agricultor en los invernaderos cerca de El Ejido. Él siempre me cuenta historias sobre cómo tiene que lidiar con el calor abrasador mientras cuida sus cultivos. “Si no me muero por el trabajo duro”, dice riendo nerviosamente, “me muero por el calor”. Y aunque su tono sea jocoso, sé que detrás hay una preocupación real.
Así que aquí estamos otra vez: lidiando con otro verano infernal y preguntándonos qué podemos hacer para mitigar sus efectos. Quizás deberíamos empezar por cuidar mejor a nuestros mayores y asegurarnos de que estén bien hidratados y frescos durante estos días críticos. Tal vez también sea hora de exigir políticas públicas más efectivas para proteger a quienes trabajan al aire libre.
Al final del día, todos somos parte del mismo ecosistema caluroso llamado Almería. Así que mientras busco refugio bajo la sombra del olivo o me sumerjo en la piscina (mi salvación), les invito a reflexionar sobre cómo podemos hacer frente juntos a esta ola de calor y cuidar unos de otros en este clima extremo.
¡Cuídense mucho y manténganse frescos!