Un gimnasio utilizaba como recurso publicitario la fotografía de una mujer escultural y lanzaba la siguiente pregunta para atraer clientas: “Este verano... ¿Qué prefieres ser ballena o sirena?”. Curiosamente, una mujer decidió responder con el siguiente correo: “Las ballenas están siempre rodeadas de amigos. Tienen una vida sexual activa, se embarazan y tienen ballenitas. Surcan los mares y conocen lugares maravillosos, como los hielos de la Antártida y los arrecifes de coral de la Polinesia. Son enormes y casi no tienen depredadores. Son amadas y hasta tienen ONGs que las protegen. Las sirenas no existen. Si existieran, vivirían en permanente crisis existencial... ¿soy un pez o soy un ser humano?. No tienen hijos, pues matan a los hombres que se encantan con su belleza. Y no tienen por dónde hacer el amor ¡Por Dios!. Son bonitas sí, pero tristes y siempre solitarias.¡Prefiero ser ballena!”.
Llega el verano y saltan todas las alarmas. Nuestro cuerpo no reúne las exigencias que la sociedad impone. Las dietas y métodos adelgazantes o el paso por el quirófano se han convertido en un importantísimo negocio en el mundo occidental, en el que un 30 por ciento de su población es obesa. Pero no es precisamente la salud lo que más motiva a la gente a perder peso, sino, más bien, la estética. ¿Y quién no quiere cambiar o mejorar algo de su cuerpo? La disconformidad con una o varias partes de nuestra fisonomía es, según los expertos, algo muy generalizado. Una disconformidad que, sin duda, está condicionada por la mirada de los demás, que llega al punto de avergonzarnos de nuestra propia apariencia. Sin embargo, la propia mirada puesta sobre uno mismo es en realidad mucho más severa que la de los demás, generándonos una autoimagen negativa y un deterioro de la autoestima muchas veces insano. Es verdad que cuando mejoramos el aspecto físico reforzamos nuestra fe en nosotros mismos y ganamos confianza, pero la obsesión y la deriva existente en la consecución de los cánones de belleza imperantes, que llena de adolescentes las salas de espera de muchos centros de estética, nos lleva a una continua insatisfacción difícil de solucionar, puesto que es la propia mirada, y no el cuerpo, la que nos obliga a seguir perfeccionándonos, entrando en una espiral que, mal entendida, puede acabar incluso en la autodestrucción de la persona.