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Pedro Sánchez y yo
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(Foto: DALL·E ai art)

Pedro Sánchez y yo

Por Rafael M. Martos
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domingo 08 de junio de 2025, 06:00h

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Cualquiera que siga mis opiniones, mis artículos o mis intervenciones en distintos medios, como la televisión, sabe de sobra que soy crítico con Pedro Sánchez. Bastante crítico, de hecho. Pero he de reconocer que no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la cosa era distinta.

Recuerdo perfectamente cuando Sánchez dio el paso de simple militante a candidato a las primarias del PSOE. En aquel momento, me cayó bien. Y me cayó bien precisamente porque, a diferencia de Susana Díaz, él no contaba con el aparato del partido a su favor. Ni Felipe González ni la cúpula entera del PSOE le respaldaban: todos estaban con Susana. Y de repente, ahí aparecía un joven dispuesto a enfrentarse a todo eso. Ese arrojo, esa valentía de ir contracorriente, me gustó. Y entonces, ganó las primarias.

Me siguió cayendo bien, incluso más, cuando el aparato del partido lo defenestró. ¿El motivo? Quería mantener su palabra. Aquello de "no es no" se convirtió en su famosa frase para negarse a permitir que Mariano Rajoy y el Partido Popular siguieran gobernando. Recuerden aquella endiablada situación en la que el Sánchez era incapaz de crear una mayoría alternativa a Rajoy, quien tampoco lograba sumar lo suficiente. Sánchez prefería un pacto con Ciudadanos frente a una posible alianza con Podemos, pero ni a un lado ni a otro conseguía los apoyos necesarios. De hecho, el propio Sánchez dijo que no podría dormir tranquilo si Pablo Iglesias fuese su vicepresidente.

Esa exactitud de cumplir su palabra, costara lo que costara, me gustó. Y le costó. Le costó la expulsión de la secretaría general del partido, la que había ganado en primarias contra todo pronóstico. Y también le costó su escaño en el Congreso de los Diputados. Cierto es que, echando la vista atrás, creo que se equivocó. Pienso que debió facilitar con su abstención el gobierno de Mariano Rajoy; es decir, la decisión del "no es no" me pareció equivocada en sí misma. Pero la coherencia de mantener su palabra, a pesar de las consecuencias personales y políticas, esa coherencia, me pareció admirable.

Insisto, si no se logró una situación de gobierno alternativa a Rajoy, fue porque Sánchez había dicho que no iba a pactar con Podemos, ni con Bildu, ni con Esquerra Republicana. Y cumplió su palabra. Eso provocó que no hubiera una mayoría alternativa a Rajoy, y este, por su parte, tampoco tenía los números y necesitaba la abstención socialista. Sánchez mantuvo su palabra frente a todos y se inmoló en ella.

También me gustó esa actitud personal cuando, tras su defenestración, inició la aventura de recorrer todas las sedes socialistas de España para recabar apoyos y volver a ganar, por segunda vez, la secretaría general del partido mediante primarias. Aquel giro, más allá de cuestiones ideológicas, mostraba a una persona con una determinación férrea.

Pero entonces, algo cambió. Cuando vuelve a la secretaría general por segunda vez y presenta la moción de censura contra Rajoy, hay que recordar algo clave: la ganó por sorpresa. Tal como quedó demostrado, no había pactado nada con nadie. Solo quería desgastar a Rajoy y buscar su minuto de gloria, ya que, siendo secretario general, no era diputado y no podía participar en los debates del Congreso. Buscaba protagonismo, un protagonismo que luego, por un giro inesperado de los acontecimientos, le cayó del cielo. Amparado por una sentencia por un caso de corrupción del PP, logró los apoyos suficientes para ganar la moción de censura, convirtiéndose en el primer presidente que llegaba al cargo por esa vía en España.

Y, precisamente, a partir de ese momento, parece que todo cambió. Si antes se había mostrado fiel a sus palabras, de repente, no tuvo inconveniente en saltarse todas y cada una de las reglas que él mismo había establecido. Decidió que podía hacer un gobierno de coalición con Pablo Iglesias, con quien había dicho que no podría dormir si fuera su vicepresidente. No tuvo ningún problema en pactar con Bildu. Ningún problema en pactar con Junts. Ningún problema en indultar a quienes poco antes consideraba que debían estar en prisión, en amnistiar a quien anunció que traería a España para ser juzgado y condenado. En definitiva, no tuvo ningún problema en saltarse absolutamente todo lo que había dicho que jamás haría... se le olvidó incluso lo de reducir el número de aforados.

Por eso, la cuestión es muy clara: el Pedro Sánchez que llegó por primera vez, aquel Pedro Sánchez que conocimos, no es el mismo Pedro Sánchez que tenemos ahora mismo. Quizá la clave nos la dio Carmen Calvo, aquella socialista andaluza que tuvo como vicepresidenta. Preguntada por un periodista sobre un cambio de criterio del presidente (el primero de tantos otros), dijo que "eso lo había dicho el presidente antes de ser presidente", como si Pedro Sánchez presidente del gobierno y Pedro Sánchez anterior al presidente del gobierno fueran dos personas totalmente distintas.

También hay que reconocer que, en aquel primer gobierno, se rodeó de ministros que, en general, generaron expectativas positivas. Recuerdo a Fernando Grande-Marlaska, que desde 2018 se dedica al Ministerio del Interior. Claro, su prestigio se ha ido diluyendo a pasos agigantados, pasando de ser uno de los jueces más prestigiosos de la Audiencia Nacional a una de las personas más cuestionadas dentro del propio gobierno, con múltiples factores directos e indirectos.

También la presencia del almeriense José Guirao en Cultura y Deportes generó bastante interés en un sentido positivo. Siempre fue socialista, pero ante todo, una persona de primer nivel y con un conocimiento popular y una capacidad incuestionables. De hecho, cuando en el segundo gobierno lo presentaron como candidato por Almería, y no para Cultura, dimitió hasta de diputado. Él tenía un interés en la gestión cultural, y un escaño sin más no le suponía nada. Lo mismo con el fichaje de Pedro Duque, el astronauta, para Ciencia e Innovación; otro independiente que venía con un contenido muy positivo. O, el breve paso de Màxim Huerta en Cultura y Deportes, el antecesor de Guirao, que tuvo que dimitir en apenas una semana por una tontería relacionada con Hacienda.

En definitiva, todo esto demuestra cuánto hemos cambiado en estos años. Pero, sobre todo, quien más ha cambiado es el propio Pedro Sánchez. No tiene nada que ver con aquel que ganó las primarias. No tiene nada que ver con el que ganó la moción de censura usando como ariete la corrupción, la misma que ahora le arricona contra las cuerdas del cuadrilátero, rendido de recibir ganchos (el hermano, la esposa, el número dos, el sustituto del dos...) pero que logra echar los brazos tras las cuerdas y aguanta el tipo, pero sin capacidad de contragolpe, sonado.

Ha pasado de ser una persona que perdió el poder dentro de su partido por ser fiel a su palabra y a sus principios –acertados o erróneos, eso cada cual que lo interprete como quiera–, a ser un presidente al que le da exactamente igual todo. No tiene escrúpulos en decir un día una cosa y al día siguiente hacer lo contrario.

PD: Otro día les contaré sobre "Mariano Rajoy y yo"

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"