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Por qué soy tan beligerante con el Sáhara
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Por qué soy tan beligerante con el Sáhara

Por Rafael M. Martos
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miércoles 23 de julio de 2025, 06:00h
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A veces, algún amigo me lo pregunta con cara de no entender nada: “¿Pero por qué te pones así con lo del Sáhara? ¿a nosotros que más nos dá?” Y yo, en vez de saltarles a la yugular —aunque les miro que como si fuese a hacerlo—, intento responder con cierta calma. Suelo empezar por lo básico: si formamos parte de Naciones Unidas, si estamos en la Unión Europea, si todos esos organismos existen y nosotros participamos, será —digo yo— para cumplir lo que allí se acuerda. Para respetar lo que se debate, lo que se firma, lo que se vota.

Y en ese marco —llámalo derecho internacional, llámalo mínimo de coherencia— hay resoluciones claras. Clarísimas. En ellas queda claro el proceso de descolonización del Sáhara Occidental, cuál es el cometido del Estado español, y el de Marruecos. Queda claro —clarísimo— que Marruecos ocupa ilegalmente el Sáhara Occidental, llamado antiguamente Sáhara español. No tiene soberanía sobre ese territorio. España es la potencia responsable de la descolonización, y responsable por tanto de la realización de un referéndum de autodeterminación que no llega nunca. ¿Por qué no llega? Pues porque el Estado español con el PSOE y con el PP no lo hacen efectivo. Mientras tanto, Marruecos se dedica a importar a sus ciudadanos al Sáhara para adulterar la demografía. Una especie de pucherazo étnico, para asegurarse que si un día se vota, ganan ellos. Es una estrategia tan descarada como antigua. Y tan peligrosa como injusta. Pero es posible que ni siquiera eso le haga falta, porque la diplomacia alauita está moviéndose a ritmo vertiginoso para solventar este tema en una votación en Naciones Unidas, sin contar con los saharauis de verdad.

Ese es mi argumento de siempre. Legalidad internacional. Sentido común. Pero además hay otras dos razones que deberían unir a los que se llenan la boca con la unidad de España, la defensa de la patria y todas esas palabras que tanto gustan a algunos.

Porque lo cierto es que una República Árabe Saharaui Democrática, libre e independiente, es garantía —aunque a algunos les escueza— de que Ceuta, Melilla, las Canarias y hasta los peñones esos que nadie sabe ubicar en un mapa, e incluso la isla de Alborán (que forma parte de la provincia de Almería) seguirán siendo españoles. ¿No debería eso bastar para convencer a todos los “muy españoles y mucho españoles”, como diría M. Rajoy?

Pues parece que no. Hay quienes arremeten contra el Gobierno de Pedro Sánchez por dispensar un trato humanitario al líder del Polisario Ibrahim Gali, pero si no lo hace, también mal porque se "humilla" ante Marruecos... en fin... estadistas!!!

Y sin embargo, habría más razones. El pueblo saharaui habla español. Lo aprendieron durante los años de colonización, y lo han hecho suyo, pero también el desinterés de España en mantenerlo está provocando que poco a poco se vaya perdiendo. Muchos saharauis son hijos, nietos o descendientes de ciudadanos españoles por cuanto se les dotó de esa nacionalidad, y conservan los viejos DNI expedidos por la administración española, como nacidos en territorio español de África. ¿Cómo se puede mirar hacia otro lado? ¿Cómo no ver ahí una responsabilidad moral y legal?

Pero no es solo una cuestión moral y legal. Es también económica. Y aquí entramos ya en terreno almeriense, que es el que más me duele.

Porque mientras nosotros luchamos con uñas y dientes para que el campo de Almería sobreviva —con sus tomates, sus pepinos, sus calabacines— Marruecos está jugando sucio. Produce tomate cherry en los territorios ocupados del Sáhara. Lo cultiva allí, lo etiqueta como “producto marroquí”, lo mete en la Unión Europea como si tal cosa… ¿Resultado? Competencia desleal. Y absolutamente ilegal. Porque el Sáhara no es Marruecos. No lo dice uno por enfado, lo dicen las resoluciones internacionales. Lo dice el derecho. Lo dice la propia Unión Europea.

Hace unos días COAG Almería denunció que un supermercado estaba vendiendo tomates saharauis bajo sello marroquí. ¿Y qué pasó? Pues nada. Silencio. Omertá. Como siempre. Porque a Rabat se le consiente todo. Y a nosotros, los de Almería, que nos den.

Por eso, aquí acogemos con todo el cariño del mundo a los niños saharauis que llegan en verano desde los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia). Niños nacidos en pleno desierto, en condiciones infrahumanas. Que vienen unas semanas para respirar, para ir al médico, para curarse, para jugar como niños. Y cuando los vemos, cuando los abrazamos, cuando los acompañamos… es imposible no preguntarse: ¿cómo puede alguien no defender esta causa?

Así que sí. Soy beligerante con el Sáhara. Muy beligerante. Porque creo en la legalidad, porque me duele mi tierra, porque me indignan los abusos, porque me rebelo contra la injusticia. Y porque, al final, uno también defiende lo que ama. Y a este pueblo saharaui lo han dejado tirado demasiadas veces. Lo han traicionado demasiadas veces. No quiero que termine como el pueblo palestino: masacrado, silenciado, olvidado.

Y ojo, que hay paralelismos. Que el Rey de Marruecos y el Estado de Israel son íntimos. Muy íntimos. No así sus pueblos. El marroquí de a pie tiene muy claro quién es el malo en la tragedia palestina, pero se le olvida que su Estado, su monarquía, su Majzen… está haciendo lo mismo con el Sáhara. Lo mismito, pero de modo más sibilino.

Por eso, la próxima vez que alguien me pregunte por qué me pongo así con este tema, intentaré no gritar, lo prometo. Pero lo diré claro: por justicia. Por dignidad. También por Almería.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"