Si el PSOE andaluz quería renovar su imagen y recuperar terreno perdido en Andalucía, alguien debió avisarles de que reciclar viejas glorias con viejos problemas no suele funcionar. La elección de María Jesús Montero como candidata para las próximas elecciones autonómicas —cuando quiera que se celebren— es un movimiento que rezuma desesperación más que estrategia. Y para muestra, el botón de su primera gran promesa electoral: el derribo del hotel de El Algarrobico.
Sí, sí, ese mastodonte de cemento plantado en pleno parque natural de Cabo de Gata, declarado ilegal por los tribunales en una ristra de sentencias que podrían llenar una biblioteca. Ese mismo que lleva casi veinte años en pie. Pues bien, el pasado 10 de febrero de 2025, la entonces vicepresidenta del Gobierno, ministra de Hacienda, secretaria general del PSOE andaluz y, desde ya candidata, se plantó allí —sin avisar ni al alcalde ni a la Junta— para anunciar con gesto solemne que en cinco meses lo derribaban. Con un par.
Han pasado ya esos cinco meses. ¿Y qué se ha hecho? Nada. No se ha movido ni un papel, ni un cascote, ni una triste retroexcavadora oxidada. La propia Delegación del Gobierno en Andalucía lo ha admitido: no se ha cumplido el plazo. Eso sí, tienen excusa: es que “el expediente es complejo”. Qué cosas ¡quién lo iba a imaginar después de dos décadas!. ¿Y no lo sabían cuando montaron la performance con Montero posando al pie del hotel?
Este despropósito no es anecdótico. Es profundamente simbólico. Porque el PSOE fue parte del problema desde el principio: el hotel se levantó con permisos de un alcalde socialista (condenado por delito electoral e indultado por el Gobierno de Zapatero para que pudiera volver a presentarse) y con el visto bueno de la Junta socialista de entonces. La misma Junta en la que María Jesús Montero era consejera, y el mismo Gobierno central que permitió subvenciones europeas que acabaron financiando aquel atentado urbanístico.
Así que ahora, que venga Montero a abanderar el derribo del hotel es como si un pirómano volviera al bosque veinte años después con una regadera en la mano y dijera: “Vengo a salvar los árboles”.
Por si fuera poco, esta misma semana María Jesús Montero reaparecía en Sevilla para anunciar —otra vez— la construcción de mil viviendas en un solar que lleva cuatro años esperando a que alguien haga algo. El mismo solar donde en 2021 José Luis Ábalos, entonces ministro y secretario de organización del PSOE (y hoy metido hasta el cuello en un escándalo de corrupción), prometió exactamente lo mismo.
Cuatro años después, ni un ladrillo. Pero ahí estaba Montero, sin rubor, repitiendo la promesa como si el tiempo no existiera, como si el pasado no pesara, como si no hubiera hemerotecas. El PSOE de María Jesús Montero vive atrapado en un bucle de anuncios reciclados, que van pasando de cargo en cargo como si fueran testigos en una carrera de relevos que nadie termina.
Y si hablamos de gestión, hablemos de sanidad. En su etapa como consejera de Salud, Montero se permitió el lujo de negar en sede parlamentaria que en el hospital de Poniente (Almería) se estuvieran firmando contratos precarios. Lo negó categóricamente, mientras en Noticias de Almería se publicaban contratos de médicos con condiciones tan surrealistas como una hora al mes durante un año. No es una errata. Una hora. Al mes.
Se trataba de los conocidos como “contratos búho”: fórmulas inventadas para tener a profesionales disponibles cuando convenga, sin compromiso alguno y sin derechos laborales dignos. Una trampa que nadie en su sano juicio puede defender como modelo sanitario. Pero Montero, en vez de asumir la crítica, la negó. La negó con tanta vehemencia como se niega el cambio climático en ciertos foros: por sistema y por interés.
Con todo esto sobre la mesa, la gran pregunta es: ¿de verdad no había otra persona en el PSOE andaluz para liderar el proyecto? ¿Nadie con credibilidad, sin mochila política tan cargada, sin promesas recicladas, sin episodios de negacionismo institucional? ¿Nadie capaz de mirar al futuro sin estar encadenado a los errores del pasado?
Porque defender hoy a María Jesús Montero como la mejor opción no es solo un ejercicio de fidelidad partidaria. Es, sobre todo, un ejercicio de amnesia selectiva. O peor: de resignación.
Resignación a que no hay renovación posible. A que la única estrategia es tirar de nombres conocidos, aunque estén quemados. A que el PSOE no tiene más relato que el de repetir promesas que no cumplió, negar hechos que se demostraron y posar ante hoteles que ayudaron a levantar.
El problema de Montero no es que haya cometido errores —eso le pasa a cualquiera con larga trayectoria política—. El problema es que no ha hecho el más mínimo esfuerzo por reconocerlos, ni mucho menos por corregirlos. Y que se presenta como candidata al frente de un partido que no ha sabido o no ha querido pasar página.
Mientras tanto, el hotel del Algarrobico sigue ahí, como símbolo de un pasado que no se quiere demoler. Y quizá también como metáfora de un PSOE que no encuentra cómo reconstruirse.
¿De verdad, no había nadie más?