Las provincias son una figura exclusivamente administrativa, inventadas para dividir. No para regular, como se quiso hacer creer en su momento y en este, en que se nos quiere convencer de su carácter natural. En los ciento setenta años transcurridos desde entonces, no han cuajado en unidades compactas porque no lo son, aunque mucha gente, una mayoría haya llegado a creerlo empujadas por la propia Administración y por los medios de comunicación que han tomado como obligación ponerla por delante de las ciudades y pueblos a los que anula al ocultarlos y suplantarlos. Las provincias carecen de personalidad, de carácter, de coherencia. Cada provincia es una suma forzada de unidades, las comarcas, a las que despojan de sus valores y algunas las rompen, las dividen entre varias de esas figuras administrativas, para despersonalizarlas todavía más. Es normal que las provincias, unas figuras artificiales, creadas con el fin principal de asentar el centralismo de Madrid, se sientan extrañas y que esa extrañeza las lleve a buscar explicaciones torcidas, basadas en gran medida en hechos irreales.
Es normal hasta que se sientan aisladas y como respuesta se aíslen aún más. Almería es una tierra siempre presente en el ideario colectivo de los andaluces, aunque no siempre lo esté en las intenciones de las Administraciones, pero esto último, lejos de ser motivo para aislarse lo es para reaccionar en contra del aislamiento. Antes de las provincias existían los reinos y Almería era uno de ellos, aunque con ciertas diferencias de límites respecto a los de la actual provincia, porque la rotura, la modificación de los límites reales fue uno de los principales objetos de la imposición de esa nueva figura, cuando se impusieron en 1834.
El reino de al Mariyya (Almería) siempre tuvo una fructífera relación con sus vecinos, sobre todo con Murcia (entidad tan andaluza como las actualmente incluidas en Andalucía), Granada y Sevilla. Y algo que hoy podría resultar extraño, la relación fue más estrecha con el de Sevilla más que con ningún otro reino. Almutasim de Almería protegió al poeta accitano Ibn Abbas, creador de la bandera andaluza, perseguido por Almutamid de Sevilla por sus poemas satíricos. Pero no se enfrentaron porque eran reinos hermanos y amigos. Y el Señorío de los Vélez colaboró activamente con Ibn Ammar de Ixbilia (Sevilla) para reclamar los derechos sucesorios de Al Mutamid sobre Murcia.
Si se retrocede en la historia se podrá ver que el primer avance de la cultura del Argar, no se produjo por la orilla del mar ni por el cauce de un río como era norma en aquel tiempo. Se extendió hacia el Este por el interior, hasta Spalis (Sevilla) para lo que tuvieron que cruzar el macizo de la Penibética, verdadera proeza en aquel tiempo en que todavía no se habían inventado la rueda ni los cascos de los caballos. La imbricación de Almería en Andalucía viene de muy antiguo, aunque más bien cabría decir la de Andalucía en Almería, pues en Almería nació Andalucía. Almería no puede, no debe estar aislada ni separada de Andalucía, porque en Almería está su principio, su alumbramiento. Andalucía nació en Almería.