Mi padre, que era maestro de los de antes, tenía una caja de herramientas pedagógicas donde los refranes ocupaban un lugar de honor. Solía salpicar sus explicaciones con sabiduría popular, y uno de ellos, por lo demás bastante conocido, resonaba a menudo: “Agua pasada no mueve molino”. El significado no tiene dobleces; el tiempo que se fue no tiene poder en el presente.
Traigo esta máxima a colación porque el pasado domingo, la vicepresidenta primera del Gobierno de España y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, estuvo en la provincia de Almería, concretamente en Bentarique, para celebrar el tradicional Día de la Rosa del Partido Socialista. Su intervención, en calidad de candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía, estuvo centrada en la sanidad pública andaluza, y tomó como eje de su crítica al actual Gobierno de la Comunidad Autónoma —liderado por el Partido Popular— los fallos en el cribado de cáncer de mama.
Hasta aquí, el debate político habitual. Lo llamativo, y lo que hace imprescindible desempolvar el refranero paterno, es que Montero se puso a sí misma como ejemplo de gestión del sistema sanitario. Ella, que fue consejera de Sanidad y Bienestar Social, y también de Hacienda, en la Junta de Andalucía, reivindicó su conocimiento profundo de la "maquinaria" sanitaria y de "dónde apretar tornillos y dónde aflojar". Una maquinaria "perfecta" llegó a afirmar ante su entregada audiencia.
Esta autorreferencia deja fuera de juego a todo el PSOE andaluz en general y almeriense en particular. Y es que la portavoz del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento de Almería, Fátima Herrera Amate, y el diputado en el Congreso por Almería y secretario general del PSOE provincial, Juan Antonio Lorenzo Cazorla, cuando han sido preguntados por mi mismo, sobre el hecho de que el protocolo de cribado de cáncer de mama que el PP en la Junta de Andalucía está revisando fue, precisamente, elaborado en la época de Montero al frente de la Consejería, y que fue con ella cuando se eliminó el plazo obligatorio de comunicación a las mujeres en situación dudosa, hasta tanto no hubiese fecha para una nueva exploración, a fin de evitarles la ansiedad, respondieron que eso era el pasado, y que el problema es el ahora. Por cierto: perdió una estupenda oportunidad en Bentarique de negar estas afirmaciones del PP, y no lo hizo, tal vez porque "quien calla, otorga".
Tienen toda la razón Herrera y Lorenzo. El problema es ahora, pero cuando con tanta contundencia se arremete contra el Gobierno andaluz, cuando no basta la destitución de la consejera del ramo, y se reclama hasta la del presidente, y todo por seguir haciendo las cosas del mismo modo que se venían haciendo, quizá algo sí haya que mirar al pasado.
Pero más allá de eso, no se puede considerar que mirar al pasado es un acto de mala fe, o es extender una cortina de humo, o desviar la atención de lo importante, cuando es la propia interesada, Montero, quien se pone a si misma y a su gestión como ejemplo de eficacia. No puede ser que recurrir al pasado para mover el molino electoral en su beneficio sea aceptable, pero no en sentido contrario, o como diría otro refrán paterno: "Donde las dan, las toman".
Y si de ejemplos de gestión se trata, si se trae el pasado al presente, es legítimo desempolvar otros datos de su etapa en la administración andaluza como hicimos en lunes. La hemeroteca nos recuerda que la hoy vicepresidenta, ministra y candidata, redujo la plantilla de facultativos del Servicio Andaluz de Salud (SAS) en 7.700 durante su periodo como consejera. Del mismo modo, se recortaron en casi 700 el número de camas hospitalarias y el presupuesto sanitario sufrió una poda cercana al 15%. Cifras que llevaron a la Comunidad Autónoma de Andalucía a ser la que menos dinero por habitante invertía en sanidad de todo el Estado.
No es una comparación con el PP, es con el propio PSOE. Es decir, la gestión de Montero en Sanidad se resume en recortar respecto a lo que sus antecesores socialistas tenían establecido, y por tanto, no es una crítica al PSOE, sino a Montero, a la de la maquinaria, y a la del pedaleo.
¿De qué ejemplo hablamos, entonces? El refrán es cristalino: "Agua pasada no mueve molino". Es cierto, siempre y cuando nadie decida voluntariamente reabrir la compuerta. La propia María Jesús Montero es la que, al ponerse de ejemplo, ha provocado que esa agua pretendidamente olvidada vuelva a inundar el debate.
El problema de revivir el pasado es que no siempre trae consigo el recuerdo de las victorias, sino el peso incómodo de las decisiones tomadas. Su afirmación solo puede convencer a los olvidadizos; para el resto, el ejemplo se convierte en un bumerán que demuestra que la maquinaria que tanto conoce, en su momento, fue objeto de un profundo y doloroso ajuste. Sin aceite, el sistema chirrió... y eso que no hemos entrado a hablar de las clínicas Pascual y tal... el agua pasada no mueve molino, pero si se estanca, huele.