Habrá quien hoy se pregunte por qué en Noticias de Almería no se ha desplegado como noticia principal, bien destacada y con foto, la relativa al ya famoso —y tapado— cartel de Vox en El Ejido. Algún lector avispado quizá eche en falta una cobertura más amplia, una de esas piezas que uno sabe que serán leídas, comentadas y, sobre todo, compartidas. Pues precisamente por eso no lo hemos hecho.
Porque si algo buscan los irresponsables que han lanzado ese cartel —y lo saben— es eso: que se hable de ellos. Que se replique su mensaje. Que se difunda su imagen. Que sus líneas gruesas acaparen titulares. Que cada crítica sea, paradójicamente, más gasolina para su incendio calculado.
Y aquí, sinceramente, no estamos por la labor.
No porque el tema no sea importante. Lo es. Es muy importante, por eso informamos, pero sin las estridencias que buscan. El cartel en sí no es información, es desinformación. No es una propuesta, es una provocación. Y darle categoría de noticia estrella sería como premiar al niño que pega una patada en el patio para llamar la atención del profesor. Pues no, mire usted. Hoy no toca.
Porque, y esta es la primera razón de peso: lo que ese cartel muestra es falso. Así, sin matices. Parte de premisas absoluta y radicalmente falsas. PP y PSOE no comparten la misma política migratoria, no todas las musulmanas visten burka, y ni tan siquiera lo es lo que aparece en el cartel... y por supuesto, no todas las chicas de ultraderecha son como la de la foto. Una burda simplificación diseñada para desatar emociones primarias —ira, miedo, rechazo— y fabricar un nosotros frente a un ellos, como si este territorio fuese un tablero de Risk y no una comunidad compleja, diversa y trabajadora que hace mucho por convivir pese a todo.
Pero hay más: ese cartel busca enfrentarnos. Como ya lo intentaron antes diciendo que los inmigrantes “nos quitaban el trabajo”, olvidando que el campo almeriense —el que Vox tanto dice defender— se sustenta sobre el sudor de miles de brazos extranjeros, algunas veces explotados, mal pagados y peor tratados, y otras sencillamente trabajando codo con codo con agricultores autóctonos sin el menor tipo de problemas, en pie de igualdad. El tiempo ha demostrado que la presencia migrante no ha sido una amenaza al empleo, sino, en buena parte, un sostén para sectores enteros de nuestra economía. Eran extranjeros cuando llegaron, pero hoy pagan hipotecas por su casa, llevan sus hijos a los mismos colegios, compran tierras, ponen tiendas, cafeterías, carnicerías... pagan impuestos... Y antes de hablar de las "paguicas", que son para todos, no solo para los extranjeros, recordemos que a Vox la han multado tres veces ya por financiación ilegal, y uno de sus promotores, Alejo Vidal Quadras, cobró de un lobby terrorista iraní y se lo aportó a la formación (reconocido por él en primera persona, como que lo hizo para que lo pusieran de número uno en la lista europea, y como no lo hicieron, se fue... ese es su concepto de servicio público)... en fin, tomen nota.
También lo intentaron vinculando inmigración y delincuencia. Otra falsedad interesada. Los datos son tozudos: el porcentaje de personas inmigrantes que cometen delitos ronda el 3%. ¿Y entonces? ¿Qué hacemos con el otro 97%? ¿Y con los delitos cometidos por españoles, que también los hay, y no pocos? ¿Dónde están sus pancartas ahí?
Y ahora, como último recurso, agitan el espantajo de la “islamización”. Con un tono apocalíptico, hablan de nuestras ciudades como si se hubieran convertido en enclaves del Califato, cuando la realidad es mucho más sencilla: hay musulmanes que viven como musulmanes, como también hay cristianos, ateos, budistas o agnósticos que viven según sus creencias. Nadie impone nada. Lo que no aceptan algunos es que otros vivan de forma distinta... les parece bien que haya procesiones, pero no que haya rezos islámicos ¿pero no estamos en un Estado aconfesional? Porque quienes de verdad pretenden imponer su forma de ver la sociedad —por decreto, por cartel, por insulto o por miedo— son ellos. Los de Vox. Ellos sí creen que su forma de entender el mundo debe ser la única.
Pero lo más grave, lo más tóxico, es que no buscan soluciones. No proponen nada útil. No ofrecen alternativas reales. Solo agitan. No quieren arreglar un problema: quieren explotarlo políticamente. Alimentan la indignación, la visceralidad, la frustración. Con el dedo siempre señalando al otro, pero sin levantar nunca una sola herramienta para construir algo. Porque destruir es mucho más fácil. Mucho más rentable electoralmente.
Y un día, si seguimos en esta deriva, nos podríamos encontrar con escenarios tan lamentables como los que ya hemos visto: como el de la “caza del inmigrante” en Torre Pacheco que tanto nos recordó a aquellos funestos "sucesos de El Ejido", como otros episodios en que la tensión social se convierte en violencia real. Y entonces, ¿qué dirán? ¿Que no era su intención? ¿Que fue malinterpretado? ¿Que la culpa es de otros? Qué curioso: los mismos que siembran odio, siempre se lavan las manos cuando llega la cosecha.
Por eso, en este medio, no le damos espacio destacado a ese cartel. Porque eso sería entrar en su juego. Y nosotros, con todos nuestros defectos, no estamos aquí para hacerles de altavoz. Ni hoy, ni mañana, porque destinos turísticos como El Ejido o Roquetas de Mar no se merecen que contribuyamos a esta campaña de desprestigio diseñada desde Madrid y con la que los de almerienses de Vox tragan a sabiendas de que es un craso error.