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Hecha la ley, hecha la trampa
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Hecha la ley, hecha la trampa

Por Rafael M. Martos
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lunes 28 de julio de 2025, 06:00h
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Perdón. Perdón por volver a hablar de Noelia Núñez. Perdón porque ya lo hemos hecho, porque ya se ha dicho todo, porque ya se ha dimitido… pero es que lo de esta diputada del Partido Popular no es una anécdota aislada, ni un caso menor, ni un despiste de currículum. Es una rendija por donde asoma toda la hipocresía institucional de este país. Y no la vamos a dejar pasar.

Noelia Núñez, hasta hace dos días diputada nacional y presidenta del PP de Fuenlabrada, se presentó durante años como una joven promesa de la política con un brillante expediente académico: doble grado en Derecho y Filología Inglesa, estudios en curso, máster, lo típico. Mentira todo. No acabó ninguna carrera. Y ni máster, ni mister, ni móster. Lo dijo en entrevistas, lo repitió en el Congreso, lo colgó en los perfiles institucionales. Y solo cuando el escándalo estalló y la presión fue insoportable, dimitió. Qué menos.

Pero lo interesante no es que la pillaran. Lo interesante es todo lo que ha pasado después. Porque desde ese momento, ha cundido el pánico. Y el Congreso de los Diputados se ha convertido en una especie de Escape Room acelerado: todos los parlamentarios, asesores y cargos orgánicos corriendo a revisar lo que aparece en sus biografías oficiales. Y algunos, casualmente, modificándolas en tiempo récord. Porque claro, si ya no cuela lo de inventarse una licenciatura, más vale borrar antes de que te pillen.

Veamos unos cuantos casos, así al azar. Por ejemplo, Bea Fanjul, presidenta de Nuevas Generaciones del PP, que pasó de "licenciada en ADE por Deusto" a un mucho más prudente "tiene estudios". O Miguel Tellado, secretario general del PP, que también ha retocado su perfil. O Cristina Narbona, presidenta del PSOE, que en pocas horas ha pasado de doctora a licenciada. Es decir: aquí nadie se siente culpable por mentir, solo por que te pillen. Y si no te pillan, pues mejor ajustar la ficha antes de que a alguien se le ocurra mirar.

Óscar Puente, ministro y portavoz del Gobierno, dice tener un máster que en realidad es un cursillo de una fundación vinculada al PSOE. Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana, asegura ser abogado, aunque nunca ha ejercido y no está colegiado. Eso sí, cuando se le recrimina, responde que él al menos tiene el título, no como la delegada del Gobierno en Valencia, Pilar Bernabé, que también ha tenido que borrar titulaciones inventadas. Y así podríamos seguir.

Todo esto nos lleva a una conclusión: nos están tomando el pelo. Nos venden transparencia y lo que tenemos es un teatrillo de cartón piedra. Porque sí, los diputados están obligados a declarar qué estudios tienen. Pero nadie comprueba que sea verdad. Lo mismo con la declaración de bienes e intereses: tienen que decir qué propiedades tienen, cuánto dinero, si tienen acciones… pero otra vez, nadie lo verifica. Se firma y se publica. Y si es mentira, pues enhorabuena. Has superado el primer nivel del juego.

En la Comunidad Valenciana, por cierto, sí que están obligados a colgar copia del título. ¿El motivo? Pues que el anterior presidente, Ximo Puig, decía ser periodista sin serlo. Pero claro, él se sentía periodista. Menos mal que no se sentía neurocirujano ese día. Esto, que parece un chiste, fue el detonante de una normativa. Porque ya que los políticos no tienen ningún problema en mentir, al menos pongámoselo un poco más difícil.

Y aquí viene otra parte importante del asunto: el papel de los periodistas. Porque aunque parezca mentira, es muy difícil comprobar estas falsedades desde fuera. Las universidades no pueden darte información por protección de datos. Los patrimonios son una declaración sin respaldo. Si alguien no filtra, o no tropieza, o no se equivoca, es muy complicado desenmascarar estas trampas. Es decir: los políticos juegan con ventaja. Ellos saben que la mayoría de sus biografías no pueden contrastarse. Y si alguien las mira, ya se encargarán de "actulizar".

Así que, hecha la ley, hecha la trampa. La transparencia institucional es un eslogan vacío. Es un formulario rellenable, sin fiscalización. Una escenografía que solo sirve para tranquilizar conciencias y alimentar el discurso de la ejemplaridad. Mientras tanto, el ciudadano medio tiene que acreditar hasta el último papel para solicitar una beca o una oposición. Pero si eres diputado, basta con que digas que tienes cinco carreras y tres másteres, que nadie va a pedirte ni un solo título.

El caso de Noelia Núñez no es el de una manzana podrida. Es el síntoma de un sistema que no exige la verdad, solo que mantengas las apariencias. Y si acaso te pillan, pues te disculpas (si eso) y listo. Cero consecuencias penales. Cero sanciones. Cero investigaciones. Solo un “esto no volverá a pasar”, que ya hemos oído demasiadas veces.

Así que sí, perdón por volver a hablar de ella. Pero si no lo hacemos, si no señalamos esta estafa colectiva, si no rompemos la inercia del silencio cómplice, ellos seguirán creyendo que pueden seguir mintiendo sin que pase nada. Y probablemente tengan razón.

Pero que no digan luego que no lo sabíamos.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"