En política, como en los banquetes de diciembre, hay quien no sabe cuándo levantarse de la mesa y quien, tras romper la cristalería, le echa la culpa al empedrado o al exceso de zambombas. Lo vivido este domingo en la Comunidad Autónoma de Extremadura no es solo un naufragio de siglas; es una autopsia en vivo del sanchismo periférico que se observa con esa mezcla de estupor y "crónica de una muerte anunciada" que tanto gusta en el análisis de café.
El secretario general de los socialistas extremeños, Miguel Ángel Gallardo, ha logrado la dudosa hazaña de firmar el peor resultado de la historia de su partido en la región, cayendo hasta los 18 escaños mientras veía cómo el electorado se repartía entre la derecha de María Guardiola que sube uno, Vox que duplica presencia y, para mayor escarnio, una extrema izquierda que los votantes han preferido antes que una papeleta con el logo del puño y la rosa.
Hay que recordar que el PSOE venía de estar empatado a 28 con el PP, aunque el voto de Vox dio la investidura a Guardiola. Ahora, con sus 29 escaños, y a pesar de los 11 de Vox, los de Abascal (porque ni en Extemadura conocen al al candidato), la debacle socialista permite a la presidenta revalidar su cargo sin pedirle a Vox nada más que su abstención.
Para entender el descalabro no hace falta mirar las encuestas, sino los sumarios judiciales. La trayectoria reciente de Gallardo es el manual perfecto del escapismo administrativo, como ayer lo fue también el escapismo mediático, porque no respondió a la pregunta directa de si pensaba dimitir... y sí, para escapismo también el de la secretaria de organización que sustituyó al imputado Cerdán, que sustituyó al imputado Ábalos, que salió literalmente a la carrera tras comparecer ante los medios sin aceptar preguntas.
Gallardo aterrizó como parlamentario en la Asamblea de Extremadura no por una súbita pulsión legislativa, sino por una necesidad mucho más prosaica y protectora: el aforamiento. Tras ser imputado por prevaricación y tráfico de influencias en el caso que investiga la contratación de David Sánchez, hermano del presidente del Gobierno, Gallardo comprendió que el aire puro de la política autonómica era el mejor escudo frente a la justicia ordinaria. Cambiar el despacho de la Diputación por el escaño raso fue, en esencia, comprar un seguro de vida judicial para que su causa saltara al Tribunal Superior de Justicia. Sin embargo, el votante extremeño ha demostrado que, aunque el candidato busque refugio en el aforo, la realidad de los hechos no se disuelve por estar en una asamblea parlamentaria.
El argumento de la supervivencia ha pesado más que el de la gestión. El electorado ha visto en Gallardo no a un líder con proyecto, sino a un subordinado del sanchismo que ha preferido blindarse ante la jueza Beatriz Biedma que dar explicaciones sobre por qué el hermano del presidente del Gobierno del Estado cobraba de fondos públicos en un puesto de coordinador de conservatorios mientras fijaba su residencia fiscal en Portugal. Ante esa disyuntiva, el ciudadano ha optado por cualquier opción que no oliera a cuartel de invierno para imputados. Es significativo que incluso la extrema izquierda haya resultado un refugio más digno para el votante tradicional socialista que un candidato que utiliza el Parlamento como chaleco antibalas jurídico.
Pero lo más brillante de esta tragicomedia no es el fondo, sino la forma de la excusa. Cuando la realidad te golpea con la fuerza de un 18-11 frente a Vox es decir, que el PSOE está más cerca de la tercera fuerza que de la primera, lo honesto sería el examen de conciencia. Sin embargo, en el universo paralelo de la calle Ferraz y sus delegaciones, la autocrítica es un concepto burgués ya superado. Para Gallardo, la culpa de haber perdido el pulso con la sociedad extremeña es de la Navidad. Sí, del calendario litúrgico. Según la narrativa oficial del desastre, el votante estaba demasiado ocupado con el turrón y los villancicos como para apreciar las bondades de un candidato bajo sospecha, algo que solo les ha afectado a ellos, porque Unidas por Extremadura ha subido, y Vox también, y el PP también... y el PSOE se ha hundido, vayan, solo los socialistas están en modo navidad el 21 de diciembre.
Es un nivel de cinismo que roza lo sublime.
Por supuesto, no esperen ustedes que Pedro Sánchez asuma la menor responsabilidad tras haberse implicado al 100% en la campaña, al punto de que nadie dude que si el resultado hubiese sido bueno, se habría atribuido el éxito sin duda. El presidente del Gobierno aplicará su habitual táctica de tierra quemada: la derrota es de Gallardo y solo de Gallardo. Y Gallardo, a su vez, seguirá señalando al árbol de Navidad mientras se aferra al escaño que le garantiza no tener que declarar ante un juzgado común. Es el círculo perfecto de la irresponsabilidad política: un líder estatal que nunca pierde, un candidato autonómico que solo busca aforarse y un calendario que, al parecer, conspira contra el socialismo. Al final, lo que queda es una formación política que, ante la elección entre la regeneración o el búnker parlamentario, ha elegido el búnker, aunque el precio sea quedarse en la irrelevancia y tener que culpar a los Reyes Magos de su propia incompetencia.