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La obscena banalización del horror
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(Foto: DALL·E ai art)

La obscena banalización del horror

Por Rafael M. Martos
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domingo 18 de mayo de 2025, 06:00h

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Ahora somos capaces de escandalizarnos por un tuit desafortunado, por un chiste machista u homófobo, por una burla religios, pero nos quedamos impávidos ante la más cruda y planificada de las barbaries. Y es que, permítanme la afectación necesaria para abordar el tema, asistimos a una era de desensibilización rampante, donde el horror se ha convertido en mero contenido de redes sociales, una píldora más en el torrente incesante de información que consumimos con avidez por telévisión, sin que nos provoque ya ni el más mínimo espasmo de conciencia.

Miren, si no, la reciente noticia –que bien podría ser una metáfora macabra de nuestra época– sobre la célebre fotografía de la niña huyendo del napalm en Vietnam. Esa imagen icónica, grabada a fuego en la retina colectiva, que mostraba a Phan Thị Kim Phúc, una niña de nueve años, corriendo desnuda por una carretera, quemada por el ataque con napalm de las fuerzas survietnamitas, apoyadas por Estados Unidos, el 8 de junio de 1972. Una fotografía que, se decía, fue capturada por Nick Ut de Associated Press, merecedora de un Premio Pulitzer y convertida en símbolo universal de los horrores de aquella guerra.

Pues bien, ahora, años después, un reportaje ha puesto en entredicho la autoría, sugiriendo que la foto pudo haber sido tomada por otro fotógrafo, no por Ut. Y la noticia, la escandalosa noticia, es que a Ut le han retirado, o se cuestiona severamente, su autoría y su Pulitzer. Un debate, sin duda, relevante en términos de rigor periodístico e histórico, pero que, en la grandilocuencia de su aparente importancia, distrae de lo verdaderamente lacerante. Porque aquella foto, más allá de quien apretara el obturador, fue capaz de hacer algo que hoy parece impensable: movilizar. Aquella instantánea desnuda, vulnerable y atroz contribuyó, ¡y de qué manera!, a que la sociedad estadounidense abriera los ojos al sinsentido y la crueldad de la guerra de Vietnam. Fue un mazazo visual que rompió la burbuja de indiferencia para muchos.

Y sin embargo, ahora, ¿qué vemos? ¿A qué horror asistimos a diario? A la situación en Gaza. Y aquí es donde se produce -al menos a mi me lo produce- una amargura insoportable. Vemos, en tiempo real, un exterminio. Un exterminio orquestado con una frialdad y una crueldad que revuelven las tripas. No se trata solo de bombardeos indiscriminados que convierten edificios en escombros y familias en polvo. Es mucho más perverso. Es cortar el suministro de agua, de electricidad, de alimentos. Es jugar con la población, diciéndoles que huyan a una zona para luego bombardear precisamente ese supuesto refugio. Es impedir la entrada de ayuda humanitaria por tierra, mar e incluso aire, condenando a miles, a decenas de miles, a la inanición. Son niños muriendo de hambre, piel y huesos bajo la mirada impávida del mundo.

Estas imágenes, que en cualquier otra época habrían provocado una movilización global sin precedentes, un clamor unánime de indignación y repulsa, hoy parecen deslizarse por la pantalla de nuestros dispositivos sin dejar rastro en el alma. Son, tristemente, una imagen más. Una más del infinito carrete del horror digital que hemos aprendido a procesar sin sentir, a ver sin mirar realmente.

Y, por supuesto, no falta quien intente justificarlo. Quien equipare la barbarie de un Estado con la execrable acción terrorista de Hamás. ¡Condenable, claro que sí, todo acto de terrorismo! Pero nada, absolutamente nada, justifica la respuesta desproporcionada, inhumana y planificada de convertir una franja de tierra superpoblada en un matadero a cielo abierto, con el objetivo confeso de aniquilar a su población o forzar su desplazamiento forzoso.

Es tan obsceno el espectáculo que incluso la figura de Benjamin Netanyahu, el arquitecto principal de esta masacre, se reviste de una ironía cruel y perversa. El mismo presidente de un Estado judío, perseguido por los propios tribunales de su país por corrupción y reclamado por tribunales internacionales por crímenes contra la humanidad, ¡los mismos crímenes de los que su pueblo fue víctima! Es un personaje que, por la indignidad de sus actos, no puede pisar ciertos países ni asistir a actos de memoria de las víctimas del Holocausto sin riesgo a ser detenido. La historia, con su sarcasmo habitual, pone a un líder israelí en el banquillo por estar replicando, con otras formas, la misma lógica aniquiladora que en su día sufrieron los suyos.

Y ante todo esto, ante la certeza del sufrimiento, ante las imágenes de niños esqueléticos, ante la frialdad de una estrategia de exterminio, ¿qué hacemos? Miramos. O mejor dicho, no miramos. O miramos y pasamos de largo dando con el dedo en la pantalla para ver el siguietne vídeo. La saturación informativa, la "infoxicación" a la que estamos sometidos, ha creado una coraza, un callo en la sensibilidad que nos impide reaccionar. El horror ya no nos espanta, nos aburre. La injusticia ya no nos subleva, nos fatiga.

Y esa, quizás, es la victoria definitiva de la banalización del mal. Que ante una foto de hace décadas, que mostraba a una niña huyendo del fuego, fuimos capaces de sentir y de actuar. Y ante las imágenes de miles de niños muriendo de hambre, sed y bombas, en tiempo real, en pleno siglo XXI, solo sentimos... nada.

Realmente es muy triste en lo que nos estamos convirtiendo.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"