Quienes me conocen, quienes siguen mis opiniones tanto en este periódico, Noticias de Almería, ahora en 7 TV Andalucía, y en tantas tertulias,saben que mi estilo periodístico se aleja de la injuria, la calumnia y el comentario hiriente. No me encontrarán en el lodazal de la descalificación personal. Sin embargo, lo ocurrido ayer con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, en la comisión de investigación del caso Koldo en el Senado, obliga a una reflexión que, paradójicamente, lo sitúa a él mismo como su principal —y más duro— crítico.
El presidente acudió a la Cámara Alta, teóricamente, para responder por las presuntas irregularidades vinculadas a la trama de las mascarillas que afecta, principalmente, a su partido, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y a la figura de José Luis Ábalos Meco, exministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, y su exsecretario de Organización, y de Santos Cerdán, a quien también eligió él. No obstante, la escenificación que ofreció se convirtió en una inesperada, pero calculada, sesión de autodescalificación.
Se esperaba que el presidente Sánchez, autor del célebre Manual de Resistencia, acudiera a leer su versión de los hechos, utilizando la metáfora del libro que no escribió. Pero lo que mostró fue una llamativa carencia de memoria sobre este Manual de Resistencia 2 en que ha convertido su estancia en La Moncloa. Desconozco si este Manual que quería soltar en el Senado se lo han escrito otros, pero lo cierto es que él no se lo había leído antas. Su conocimiento en temas cruciales es pavoroso. Las respuestas se sucedieron envueltas en un velo de duda y desconocimiento: "no lo sé", “no me consta”, “no lo recuerdo”, “no estoy seguro”, “lo ignoro” o “si no me falla la memoria”.
Si el presidente del Gobierno, en una comisión de investigación sobre un caso de presunta corrupción en el seno de su formación y durante una crisis sanitaria sin precedentes como la COVID-19, se manifiesta como un hombre que lo ignora todo, el calificativo es sencillo. Queda, a ojos de quien observa desde Almería hasta Bruselas, como un ignorante.
Pero su estrategia fue más allá de la ignorancia. Acostumbrado a que los poderes se dobleguen ante el Ejecutivo que preside, Sánchez se dedica a descalificar lo incontrolable. La prensa crítica es "fachosfera". Los jueces y fiscales que se atreven a investigar posibles irregularidades en su entorno son parte de la "derecha", y a él lo persiguen "los poderosos". Y, por supuesto, la propia comisión del Senado, creada por la Cámara de representación territorial de España para ejercer el control democrático, fue calificada por él mismo como un "circo" y una "comisión de difamación".
Si la comisión es un circo y él es el protagonista principal —la estrella invitada que acude a declarar—, la conclusión es dolorosamente obvia. Se estaba autocalificando, en el mejor de los casos, de payaso. Y si optamos por la otra calificación que utiliza para la comisión, la de que es "fango y lodo", y vemos a un presidente sonriente en ese entorno... ¿Qué animal se revuelve feliz en el fango y el lodo? Él mismo se puso los calificativos más duros, insisto.
El intento de la senadora de Unión del Pueblo Navarro (UPN), María del Mar Caballero, por obtener respuestas cortas y concretas, como si había cobrado dinero en efectivo del PSOE para liquidar gastos y la cantidad, demostró la dificultad de sacar al presidente del guion. Él prefirió la disertación a la concreción.
Esta táctica, conocida en política como filibusterismo —que no tiene que ver con los piratas, sino con la obstrucción parlamentaria para agotar el tiempo sin responder— es su modo habitual de proceder, un ejercicio que practica con asiduidad en las sesiones de control en el Congreso de los Diputados. Se le pregunta sobre un tema en concreto y se sale por la tangente, aprovechando el tiempo para soltar su discurso preconcebido. De nuevo es él quien se pone a la altura de los piratas de la democracia.
Hubo, además, un elemento de distracción que, como periodista, no puedo obviar: el affaire de las gafas. El presidente Sánchez inició su comparecencia con unas gafas puestas para revisar supuestos datos en sus papeles, moviéndolas constantemente entre la mano y el rostro. La sorpresa llegó cuando, al terminar, leyó varios folios de su turno sin necesidad aparente de ellas. ¿Cuál era el objeto entonces?
Las razones que se especulan son dos: una, generar un debate paralelo sobre un elemento accesorio, y la otra, más psicológica, utilizarlas como un mecanismo de descarga de tensión, un objeto físico (como quienes usan un bolígrafo) en el que concentrar el nerviosismo para mantener esa imperturbable "cara de póquer" a la que nos tiene acostumbrados.
Y llegando al poker el recuerdo es inevitable. El legendario exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra González (PSOE) se refirió en su día a Adolfo Suárez González, expresidente del Gobierno, con el calificativo de "tahúr del Mississipi". Con la exhibición de ignorancia voluntaria, la descalificación de la institución y el uso de subterfugios, Pedro Sánchez se ha auto-otorgado, con creces, el título de nuevo "tahúr", quizás en una versión más moderna: el tahúr del Manzanares.