Este verano, mientras me paseaba por el Paseo Marítimo de Almería, con el sol dándome de lleno y la brisa marina intentando refrescarme un poco, me di cuenta de que algo extraño estaba pasando. No, no era solo el calor infernal que nos acompaña cada julio; era el precio de los helados. ¡Madre mía! ¿Desde cuándo un cucurucho puede costar más que un café?
La verdad es que siempre he sido una fanática de los helados. Recuerdo aquellos veranos de mi infancia, cuando mis amigos y yo corríamos hacia la heladería de la esquina después de pasar la tarde en la playa. Un euro por un helado grande y todos contentos. Pero este año, con precios que parecen sacados de una película de ciencia ficción, me pregunto si tendré que renunciar a mi dosis diaria de felicidad congelada.
Y aquí viene el drama: resulta que la escasez de cocos está detrás del aumento en los precios. Sí, lo habéis oído bien. El coco, ese ingrediente tan exótico y delicioso que le da vida a nuestros helados favoritos, está escaseando debido a su creciente demanda para biocombustibles. ¡Qué ironía! Mientras nosotros buscamos alivio del calor almeriense con un buen helado, otros están convirtiendo nuestro dulce placer en energía para coches. Y yo me pregunto: ¿no hay otra manera?
Esta situación me recuerda a una conversación divertida que tuve con mi abuela hace unas semanas. Ella siempre ha sido una experta en hacer helados caseros con ingredientes frescos del mercado central. Le conté sobre el precio desorbitado y ella soltó una risa contagiosa: “¡Ay, niña! En mis tiempos, hacíamos helados con lo que teníamos a mano: leche fresca, frutas del campo y mucho amor. Ahora parece que necesitas un máster en economía para disfrutar uno”. Y tenía razón; todo se ha vuelto más complicado.
Además, no puedo dejar de pensar en esos turistas que vienen a Almería buscando escapar del calor y derretirse (literalmente) con nuestros deliciosos helados. Me imagino a un grupo de alemanes o ingleses mirando atónitos cómo les cobran casi cinco euros por un helado cuando en sus países pueden conseguirlo por menos de la mitad. ¡Vaya forma de llevarse un recuerdo caro!
Así que aquí estoy, debatiéndome entre comprarme ese helado gourmet o seguir disfrutando del sabor nostálgico de los recuerdos veraniegos sin gastarme el sueldo del mes. Tal vez sea hora de volver a las raíces y hacer mi propio helado en casa como hacía mi abuela: sin cocos ni biocombustibles involucrados.
Este verano nos enfrentamos a una dura realidad: el precio del placer se ha disparado gracias a factores ajenos a nuestro control. Pero no perdamos la esperanza; siempre habrá formas creativas (y económicas) para disfrutar del verano almeriense sin arruinarnos en el intento. Así que ya sabéis, si veis que el precio del helado sube como la temperatura… ¡a buscar recetas caseras se ha dicho!