Desde esta cálida esquina del sureste peninsular —donde las sombrillas florecen como las adelfas y el salitre se cuela por cada callejuela—, contemplamos con cierta guasa (y un poco de brisa marina) cómo el mes de agosto empieza a perder su corona dorada en el trono de las vacaciones.
Que solo el 35% de los españoles haya elegido este mes para irse de vacaciones no nos sorprende… ¡si aquí ya llevamos años viendo cómo septiembre nos regala playas más tranquilas, cerveza más fresca y hoteles menos apretados! Agosto, ese mes sagrado que parecía inamovible en los almanaques de la España vacacional, empieza a ser cuestionado. Y ojo, no lo decimos con acritud… sino con el reconocimiento de que la desestacionalización es posible, incluso en los destinos de sol y playa como sigue siendo el nuestro, afecatados también por el cambio climático: los junios cada vez más calurosos, los julios cada vez más agostados, y los agostos, septiembrizados.
Los motivos del descenso son de manual: precios disparados, playas atestadas, colas eternas para un simple cucurucho de turrón y la sospecha (cada vez más evidente) de que hay vida más allá del calendario escolar. Porque no todo el mundo está atado a los niños o a los jefes de RR.HH. que siguen anclados en la mentalidad de “en agosto, todos fuera”. Ahora lo moderno es lo fragmentado: dos días aquí, tres allá, cinco si te atreves. El turismo se ha vuelto tapas en lugar de cocido completo. Y no es mala idea.
Desde Almería, la jugada nos viene que ni pintada. Que se desestacionalice el turismo suena a música celestial para los hosteleros de San José, los dueños de apartamentos en Mojácar y los guías que te explican por enésima vez el misterio de Los Millares o recorren la Alcazaba. Mientras los precios se relajan en septiembre y los atardeceres se vuelven aún más fotogénicos desde el Castillo de Guardias Viejas, nosotros nos preparamos para acoger con brazos abiertos al viajero listo, ese que se salta el agosto y aparece cuando aún quedan sardinas en los chiringuitos pero no hay niños tirando castillos sobre tu toalla.
Y es que no hay que subestimar la sabiduría de los mayores: los jubilados han tomado nota y están huyendo de agosto como si fuera una paella de chiringuito hecha con arroz pasado. Tienen tiempo, tienen dinero y lo aprovechan en meses donde la brisa es igual de amable y las excursiones a Cabo de Gata no parecen una peregrinación en masa.
Mientras tanto, desde la meseta, algunos nos miran con cierta envidia. Allí, el asfalto arde, las piscinas comunitarias se convierten en centros de convivencia involuntaria y las vacaciones, esas esperadas vacaciones de agosto, se fragmentan y se encogen. Aquí, en cambio, aún podemos permitirnos el lujo de improvisar. Si no es en agosto, será en junio, en septiembre o —por qué no— en una escapada otoñal cuando el desierto de Tabernas luce más cinematográfico que nunca.
Que sí, que agosto va cuesta abajo, pero nosotros ya hemos bajado la marcha hace tiempo y vamos con la ventanilla bajada y la radio puesta. Y si alguien pregunta por el rey del verano, que pase por Almería: todavía nos queda para coronar unas cuantas tardes de espeto, cerveza fría y siesta.
¡Feliz verano… cuando quieras!