Mira, soy de Almería de toda la vida y, aunque todavía tengo que pedirle a mi madre que me haga el gazpacho para que me sepa como el de mi abuela, sé de lo que hablo. En los últimos veranos, sobre todo en julio, nos hemos acostumbrado a ver las terrazas de Mojácar, Carboneras o Roquetas a tope. Bares y chiringuitos a reventar de gente. Pero la realidad, o al menos lo que yo he vivido, es que siempre ha habido días de bajón. Días con el cielo un poco más nublado, o simplemente, entre semana, donde el ambiente es más tranquilo.
Ahora parece que, si no tenemos la terraza hasta la bandera, es que algo va mal. Como si nos hubieran quitado algo que creíamos nuestro. Y no es así. El turismo en Almería ha ido siempre por rachas, como el Poniente y el Levante. Hay días que el Levante te levanta, y otros que el Poniente te revienta. Y si no, que le pregunten a mi padre, que se ha pasado toda la vida con la caña de pescar. Unos días cogía más que el resto y otros se iba a casa con lo justo.
¿Y los comentarios en redes sociales? A ver, entiendo la preocupación, pero de verdad que no creo que sea el fin del mundo. Es más, para mí, a veces es hasta mejor. A mí me gusta poder ir a un chiringuito, que mi madre no me eche una bronca porque se me enfría el café con leche, y poder conversar sin tener que gritar para que me escuche. ¡Y poder encontrar sitio para el coche! ¿A que eso sí te parece un milagro?
No perdamos el norte. La hostelería en Almería tiene unos profesionales de los pies a la cabeza. Han sabido adaptarse a todo y lo seguirán haciendo. Nosotros, los almerienses, somos como la jarapa: resistentes y coloridos, nos adaptamos a todo. Así que, menos alarmismo, más gazpacho de mi madre, y a disfrutar de la tranquilidad que, de vez en cuando, tampoco viene tan mal.