Se ha cumplido un año desde que una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) desatara la furia del agua sobre el levante de España. La memoria de aquel 29 de octubre de 2024 es la crónica de una tragedia inabarcable que, más allá de los daños materiales, incalculables, dejó un rastro de 229 víctimas mortales en la Comunidad Valenciana. Y si bien la devastación se concentró allí, no podemos olvidar en la provincia de Almería, como en Huelva y otras zonas de Andalucía, padecimos la amenaza, constatando la fragilidad de nuestro litoral mediterráneo ante la nueva intensidad de los fenómenos meteorológicos.
El primer aniversario nos obliga a ir más allá de la estéril y, al mismo tiempo, necesaria polémica sobre la responsabilidad política.
El foco de la indignación, como bien ha señalado el sentir de las asociaciones de víctimas, ha apuntado al presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón (Partido Popular). Su tardía incorporación al centro de mando, mientras la tragedia se desarrollaba en tiempo real, marcó el pulso de la polémica. Se ha dicho que el presidente de la Comunidad Autónoma estaba inmerso en una comida, ofreciendo la dirección de la televisión autonómica a una periodista. Poco importa la naturaleza exacta de la cita, que incluso evitó hasta el último momento hacer pública. Lo relevante, lo verdaderamente imperdonable, es la absoluta irresponsabilidad que supuso estar ajeno a la "mundial" que estaba cayendo.
La cuestión aquí no es la maldad, sino la impericia y la indolencia. El hecho de que la alerta a los teléfonos móviles llegara a las 20:11 horas, cuando ya gran parte del drama se había consumado, es un indicativo de que algo falló, no solo en un protocolo sino en la persona que debía activarlo. Si el máximo responsable estaba ausente, el sistema operativo, dependiente de decisiones humanas, colapsó. El presidente Mazón, que finalmente asistió al funeral de Estado, debe saber que el dolor de las víctimas no se cura con un minuto de silencio, sino con la garantía de que su inacción no se repetirá.
Pero la sombra de la duda debe ser mucho más amplia. Si la irresponsabilidad fue puntual y personal, la inacción un año después parece ser sistémica y colectiva, afectando al conjunto del Estado español.
La pregunta que resuena, desde la provincia de Almería hasta las comunidades más golpeadas, es: ¿Ha cambiado algo de fondo? No se trata solo de rehacer infraestructuras en Valencia, sino de replantear los cimientos de la gestión de la emergencia. ¿Se han tomado medidas efectivas para mejorar los protocolos de alerta de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET)? ¿Existe una coordinación más fluida y rápida entre AEMET y los centros operativos de emergencia para emitir avisos a la población en el menor tiempo posible? ¿Se ha establecido un mecanismo claro para comunicar a la ciudadanía cómo actuar en un escenario de riesgo máximo, asegurando que el mensaje llegue a los lugares más aislados y vulnerables?
Un año después, el silencio en torno a la reconfiguración de este sistema de alerta es casi tan atronador como el agua que arrasó los municipios valencianos. Parece que nadie se ha planteado en serio la necesidad de reformar el sistema de emergencia para la nueva era climática.
La última pregunta, y quizás la más incómoda para los lectores almerienses, es la que nos apunta al espejo: ¿hemos tomado nosotros alguna medida?
Los ciudadanos del Mediterráneo sabemos que un evento como este, con lluvias torrenciales y subida súbita del nivel de las ramblas, es una certeza. En una provincia como Almería, ¿estamos preparados en nuestros hogares? La DANA demostró que la luz, la electricidad, el agua potable, el funcionamiento de los cajeros automáticos, o la posibilidad de pagar con tarjeta, pueden desaparecer en cuestión de minutos. El ciudadano que no disponga de una reserva de efectivo, de alimentos no perecederos o de un plan familiar de emergencia, no solo es víctima del fenómeno meteorológico, sino de su propia desidia.
Estamos en un punto de la historia donde es mucho más fácil y urgente minimizar las consecuencias del cambio climático que revertir el proceso. La retórica sobre la emergencia climática está muy bien, pero la prioridad debe ser la acción local y la adaptación urgente. El recuerdo de las víctimas de la DANA de 2024 no puede ser solo una fecha de luto en el calendario, sino el motor para un cambio profundo, estructural e individual. De lo contrario, la próxima tragedia no será una sorpresa, sino una previsible y lamentable repetición.