Ser liberal, estar a favor de las libertades individuales, de la menor intervención estatal en el ámbito privado, de la libertad de mercado, de la defensa de la propiedad privada, de los grandes pactos sociales y transversales, de la búsqueda de elementos de cohesión social y política, no está muy de moda en estos momentos. En mi opinión actualmente tenemos dos partidos conservadores, dejando un espacio político yermo a su izquierda y a la derecha de partido socialista. Veremos quién ocupa ese espacio que hasta ahora es el que ha hecho ganar todas las elecciones en nuestro país. Los dos partidos mayoritarios siempre han tenido vocación de ocupar ese espacio, para buscar el mayor número de votos posible, pero actualmente han renunciado, pues uno depende de partidos a su izquierda para mantener el gobierno y el otro también ha renunciado ante las últimas encuestas, que reflejan una fuga de voto hacia su derecha, así que opta por radicalizarse en ciertas cuestiones superadas por la sociedad española, buscando minimizar esa fuga de votos. Esta situación provoca la voladura de cualquier puente de entendimiento
Ya he expresado en otros artículos, la orfandad de muchos ciudadanos que no nos sentimos representados por ninguna de las opciones políticas, me pueden decir que podemos votar a opciones minoritarias. Pero siempre he tenido claro que es necesario para la sociedad española, un partido fuerte que defienda los postulados liberales y actualizados a la sociedad actual, buscando elementos de encuentro para la mayoría de los ciudadanos y acabar con la polarización que no es ideológica en muchos aspectos, simplemente estratégica o peor aún, solamente táctica.
Por otro lado, pediría que las personas que quieran representar a estas opciones, que sean de este siglo por favor, no es mucho pedir, me refiero intelectualmente y porque no decirlo estéticamente en su sentido amplio, que no sean personas ancladas en un pasado inexistente, planteando debates que ya están superados, defendiendo posiciones absolutamente retrogradas e intentando establecer debates, que en mi opinión crean un marco mediático ficticiamente interesado. Ya sé que el tipo de imagen de candidatos políticos con apariencia de estar anclados en el pasado puede ser estratégica, dado que apelar al pasado genera identidad, cohesión y nostalgia, que suele ser rentable electoralmente. Pero también es un obstáculo, pues denota una falta de adaptación a los desafíos contemporáneos. Una obra maestra lo refleja El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez.
Pero siguiendo en el plano de la estrategia estética impostada e importada de otros países, que denigra la actividad política, es doloroso comprobar como hay dirigentes que fingen respetar la ley cuando en realidad la transgreden. Y más aún, se ha instalado la manipulación de la verdad, la mentira como herramienta electoral, la confusión entre el partido y la actuación de gobierno. Recuerdo que los briefings del gobierno de la Junta de Andalucía, cuando tuve el honor de forma parte del mismo, al menos en la Vicepresidencia de la Junta en la legislatura anterior, comenzaban con la frase, ¨somos gobierno, no somos partido¨. Esto parece ya olvidado, estamos viendo situaciones que sin ningún rubor justifican esta confusión, por ejemplo la contratación en órganos de gobierno autonómico o nacional, de personas que ejercen actividad de partido pero con salario público, tal cual. La sociedad no debe admitir estos abusos ni los partidos políticos permitirlos.
Para tener el honor de representar a los ciudadanos en un cargo público de cualquier administración, local, autonómica o nacional, considero que se deben reunir unos requisitos básicos, solvencia moral y ética en primer lugar, a continuación capacidad y competencia adecuadas para el cometido.
Si un responsable político no cumple con estos requisitos ¨muy muy mínimos¨, se le debe llamar por su nombre, indignidad política y como consecuencia debería quedar inhabilitado para este cargo público. Si se detectara esta falta de dignidad para el cargo en pleno ejercicio del mismo, pues dimitir, si le queda un mínimo atisbo de dignidad o en caso contrario, ser fulminantemente cesado. Decía José Saramago, "La dignidad no tiene precio. Cuando alguien comienza a dar pequeñas concesiones, al final, la vida pierde su sentido."