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Son sus recuerdos
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(Foto: DALL·E ai art)

Son sus recuerdos

Por Juan Torrijos Arribas
viernes 13 de junio de 2025, 06:00h

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Son las ocho y algunos minutos de la mañana, el cielo está encapotado sobre el campo de Auschwitz cuando nos bajamos del autocar. Doce almerienses dispuestos a vivir en vivo y en directo lo que somos capaces de hacer los humanos cuando el odio y la barbarie se adueña de nosotros. Recorremos un largo pasillo donde suenan nombres de los seres humanos a los que aquí les arrebataron impunemente la vida, y lo que es peor, las esperanzas en el ser humano. Cruzar las alambradas que separaban de la libertad y de la vida se convierte en el primer escollo que se nos presenta. Las manos quisieran acercarse a ellas, pero no somos capaces, se agarrotan ante esos alambres donde se perdieron tantas vidas. Tenemos miedo ante lo que significaron para cientos de miles de hombres y mujeres. Han pasado años, décadas y siguen creando temor dentro de nuestras mentes. No fuimos capaces de acercar nuestras manos a aquellas cercas que un día estaban cargadas de muerte por el odio demostrado contra unos ciudadanos. Y así lo pensábamos aquella mañana, en lo más profundo de nuestro ser, que seguían cargadas de odio, de violencia y de muerte.

Ante el pabellón 17, me quedo en la puerta. Hemos visto unos cuantos antes, y todos vienen a decirte lo mismo, aquí se dejó morir vilmente a miles de hombres, mujeres y niños. Me siento en uno de los escalones, los grupos de turistas van entrando en los siguientes. Me he quedado solo. Las viejas calles están vacías, por las aceras no circula nadie, por las esquinas ninguna figura se asoma. Todo es silencio a mi alrededor. Cierro los ojos durante unos segundos y se agolpan los recuerdos de aquellos que pisaban la tierras que yo piso ochenta años después, pero que no salieron de este campo de exterminio. No son sus figuras las que se agolpan en mi mente, son sus pensamientos, sus recuerdos, los que siguen caminando años después entre los barracones, y que nos llegan como si estuvieran siendo vividos ahora mismo, a los que años después, en una mañana de junio, vinimos a conocer la más terrible historia de odio y muerte contra un pueblo, contra unos seres humanos indefensos. ¿Qué pensaban mientras entraban en los barracones? ¿Y cuándo salían, sabían a don iban? ¿Eran capaces de soñar? ¿Soñaban?

Hemos visto terribles fotos en libros y películas en estos años sobre la vida en estos campos de exterminio, nos han contado historias que ponen el vello de punta, pero no habíamos sentido el silencio del campo, la soledad de sus calles, la falta de esperanzas. Las piedras de las calles no han sido cambiadas, la tierra sigue siendo la que ellos, hombres, mujeres y niños indefensos pisaron camino del horno crematorio. Nosotros, años después, caminamos sobre las mismas y silenciosas piedras por las que hicieron ellos el último camino hacia su futuro, y en ese silencio de la mañana, no vemos sus delgadas figuras, pero nos llegan nítidamente sus recuerdos y los sueños de libertad de los miles que pagaron con sus vidas el odio contra su raza.

Auschwitz seguirá levantado durante generaciones y generaciones para recordar hasta dónde puede llegar el odio entre los seres humanos. En Polonia todos hablan del gran protector de los judíos, el hombre de la lista, y de aquella chiquilla de abrigo rojo que a todos nos hizo llorar en la pantalla. Y hacen bien en levantar su nombre, que pena que aquí, en España, no nos acordemos de aquel ángel, llamado Ángel Sanz-Briz, aragonés, y que siendo embajador en Budapest salvó durante esos años a más de cinco mil seres humanos. ¡Qué poco recordamos a los buenos, si estos son españoles!