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Vivir del aire
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Vivir del aire

miércoles 22 de octubre de 2025, 09:24h
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La «sostenibilidad» no está en renunciar, sino en innovar

Ya en otoño ha llegado, pero nuestro marino sigue veraniego y festivo:

—Después de intentarlo toda mi vida, al fin voy a lograr mi sueño onírico —proclama entre risas—¡Voy a vivir del aire!

Si, según he leído, se va a conseguir, vamos a alimentarnos de aire con proteínas, aunque no parece que eso vaya a ser gratis —exclama riendo—, pero no sé si éste será un menú del futuro, un truco de feria o un bulo inventado por la prensa canallesca.

La joven profesora, entre risas, comenta:

—No te lo tomes a broma, no es ciencia ficción, sino el resultado de investigaciones para lograr proteínas y vitaminas a partir del aire, el agua o la electricidad. Puede parecer mágico, pero la biotecnología alimentaria abre caminos insospechados hasta hace poco y confirmando que la ciencia, la innovación y el ingenio humano encuentra salidas y desmienten profecías apocalípticas de algunos discursos políticos.

En este proceso ha quedado atrás la harina de grillos y larvas —autorizada por la UE como complemento proteico—, algas ricas en aminoácidos esenciales, proteínas vegetales o subproductos industriales que aprovechan residuos agrícolas para obtener otros nutrientes.

En Finlandia, la empresa Solar Foods produce el «Solein», una proteína creada a partir de aire, agua y electricidad o en Alemania, equipos de investigación generan compuestos nutritivos con bacterias que transforman el dióxido de carbono (CO2).

La historia de la agricultura es una sucesión de innovaciones, del barbecho medieval a la revolución verde, de los fertilizantes nitrogenados a semillas híbridas o del riego por goteo al cultivo hidropónico. España que, de aquella agricultura convencional, se ha convertido en una potencia agroexportadora; la huerta murciana o los invernaderos almerienses son un ejemplo de que con tecnología y organización se multiplica la producción en superficies reducidas.

Interviene el viejo marino:

—Conviene recordarlo para limitar el discurso alarmista y «sostenible» de la Agenda 2030 que proclama un futuro de escasez. Es un ejemplo más para acabar con esa cantinela, revivida periódicamente, de lo que escribió Malthus hace dos siglos, preconizando que la población crecía en progresión geométrica mientras los alimentos lo hacían en progresión aritmética.

Este sermón maltusiano, aunque los datos lo desmientan, proclama que somos demasiados para el planeta y que el hambre pondrá límite a la humanidad, pero los hechos demuestran que ocurre lo contrario, porque el hombre investiga, innova y aprende a producir mucho más y mejor.

Estos nefandos apóstoles, que medran en la ONU, con su Agenda 2030, difunden una política «bucólica y pastoril» y preconizan el fatalismo que vende muy bien en conferencias y manifiestos, aunque los hechos les desmientan, porque nunca hubo más alimentos o mejor seguridad alimentaria.

Aunque sigue habiendo millones de personas malnutridas y con enormes carencias, pero no por falta de recursos, sino por guerras, dictaduras, problemas endémicos no resueltos o una mala gestión política, pero ahí no están las preocupaciones de la ONU.

A estas alturas, no es nada nuevo que son muy rentables los discursos del miedo, el catastrofismo climático para pintar un futuro de privaciones, promoviendo la culpabilización del consumidor occidental.

Mientras se calla que, en estos momentos, el principal reto no es producir más, sino reducir el despilfarro —un tercio de los alimentos se tira—, mejorar la logística y estabilizar esas regiones donde la guerra, el nepotismo y la corrupción bloquean cualquier atisbo de progreso, con la mirada cómplice del resto.

La profesora interrumpe:

—Nos hemos puesto muy sombríos, pero es cierto que los avances científicos, lejos de destruir, han multiplicado la capacidad de producir y no sustituyen a la agricultura tradicional, pero no se debería perder el foco.

Vemos que EE.UU. y China invierten miles de millones en biotecnología alimentaria y España no juega ningún papel relevante para aumentar sus oportunidades, aprovechando su red en investigación agroalimentaria y su experiencia en invernaderos y cultivos intensivos. Aunque para ello se precisa apostar con decisión y no parece que ésta sea la prioridad de Pedro Sánchez —si es que entiende lo que hablamos—, y menos con la aborregada sumisión exigida a las «políticas verdes» de la UE que solo consigue poner trabas y limitaciones a nuestro sector primario, trabas que no ponen a terceros países a los que se les compra, en competencia desleal y sin las exigencias que nos imponen.

Incidiendo en el discurso alarmista, la evidencia es que cada vez que se anunció un límite insuperable, la ciencia encontró una salida. El trigo enano de Borlaug evitó hambrunas en Asia, el maíz híbrido en América, el riego por goteo en Israel —aunque ahora no se pueda decir— o el cultivo intensivo en España, y todo apunta ae que nos movemos entre dos escenarios, apostar por la invención y disrupción o abonarnos mansamente el discurso catastrofista.

El marino remata, con sorna:

—Aunque que sabremos nosotros desde este insignificante rincón, Claro que siempre podremos deliberar si prohibimos el chuletón, el solomillo o la picaña de rubia gallega, la morucha de Salamanca o la de Ávila y lo que es más importante, medir la huella del CO2 de la paella,

Entre risas se van a tomarse el aperitivo