¿Quién no ha tenido alguna vez una noche de insomnio? Esa sensación de dar vueltas en la cama, mirando al techo como si fuera un mapa estelar, mientras el reloj avanza implacable. A mí me pasa más a menudo de lo que quisiera admitir. Y es que, en esta vida tan acelerada, donde el estrés parece ser nuestro compañero constante y las pantallas nos atrapan como una telaraña, dormir bien se ha convertido en un verdadero reto.
Recuerdo una conversación con mi amiga Laura, que trabaja en una oficina en el centro de Almería. Ella siempre dice que su mayor enemigo es la luz azul de su ordenador. “Me paso el día pegada a la pantalla y luego no hay manera de desconectar”, me cuenta mientras tomamos un café en una terraza del Paseo de Almería. Y es cierto, esa luz artificial puede jugar malas pasadas a nuestro reloj biológico. Pero no solo eso; también está el estrés del trabajo, las preocupaciones cotidianas y esa interminable lista de tareas que nunca parece reducirse.
Y aquí es donde entra en juego un detalle que muchos pasamos por alto: la luz natural. En nuestra hermosa Almería, donde los días soleados son más la norma que la excepción, deberíamos aprovechar ese regalo del sol para regular nuestro sueño. Abrir las ventanas por la mañana y dejar que entre la luz puede ser un ritual revitalizante. A veces me imagino a mis abuelos en su casa del pueblo, levantándose al amanecer y dejando que los rayos del sol iluminen cada rincón. Ellos siempre decían que “el sol es el mejor despertador”. Y tenían razón.
La calidad del sueño es fundamental; no basta con dormir las ocho horas recomendadas si esas horas están llenas de interrupciones o si nos despertamos sintiéndonos como zombies. La última vez que fui a una fiesta (sí, esas locuras que hacemos para desconectar), terminé durmiendo apenas cuatro horas porque me quedé charlando hasta tarde. Al día siguiente, me sentía como si hubiera sido atropellada por un camión lleno de sandías (que aquí en Almería no son pocas). Así aprendí que no solo se trata de cantidad, sino de calidad.
En mi búsqueda por mejorar mi descanso, he empezado a implementar algunos pequeños cambios: desconecto mis dispositivos al menos una hora antes de dormir (aunque confieso que a veces sucumbo a ver algún capítulo más de mi serie favorita), apago las luces brillantes y opto por una lámpara tenue para leer un libro antes de cerrar los ojos. ¡Ah! Y no puedo olvidar mencionar mi nuevo aliado: el té relajante. Hay uno de hierbas autóctonas que compré en el mercado local; dicen que ayuda a calmar los nervios y preparar el cuerpo para descansar.
Estoy tratando de encontrar ese equilibrio entre el ritmo frenético del día a día y la paz necesaria para disfrutar de un buen sueño reparador. Porque al final del día, lo único que realmente queremos es despertar con energía y buena vibra para afrontar lo que venga… aunque sea otro día lleno de compromisos y pantallas brillantes.
Aprovecha esos rayos de sol almeriense, respira hondo y recuerda cuidar tu descanso como lo harías con cualquier tesoro valioso. ¡A dormir se ha dicho!