La vida, y la política, son una suma de tentaciones. A veces, la tentación de señalar con el dedo es casi irresistible, sobre todo cuando el adversario te lo pone en bandeja. O eso parece. Recuerdo que hace unos días me vi en la tesitura de escribir sobre un asunto que rondaba por las redes, de esos que, a priori, suenan a chiste malo pero que, por venir de quien vienen, podrían ser verdad. Me refiero, claro, a ese supuesto post de Pablo Iglesias pidiendo de nuevo dinero para su taberna Garibaldi.
A decir verdad, la historia tenía todos los ingredientes para ser un plato suculento para el columnista, porque era muy creíble, muy del estilo del personaje. Un político que criticaba a un rival por comprarse una casa de 400.000 euros (después de décadas de altísimos salarios en lo público y lo privado, y por tanto, ingresos a priori plenamente justificables), se mete él en un casoplón similar (recién llegado a un cargo público, joven, y por tanto con menos ahorros... y con la hipoteca suscrita en una polémica entidad bancaria), o que prometía donar parte de su sueldo y luego, digamos, cambió de opinión. O que dijo asumir el control total de las residencias de mayores durante la pandemia, pero cuando éstos comenzaron a morir... la culpa era de Ayuso. Son esas cosas que, al final, te hacen dudar de todo.
La tentación, tras confirmarse que había logrado mediante crowdfunding unos 140.000 euros para reabrir su negocio privado, insisto, era real: una nueva ronda de financiación, pero esta vez con un toque de negocio piramidal, de esos que te prometen devolverte un tercio de tu aportación si traes a tres amigos, y luego el 10& de lo que aporten los demás que lleguen con ellos. El esquema 'Ponzi' –así se llama, en honor a Charles Ponzi– siempre es una buena referencia para hablar de estafas, o al menos de negocios con un aroma extraño.
La historia era perfecta. Demasiado perfecta, tal vez. Y menos mal que me lo pensé dos veces. Y menos mal que contrasté. Porque el post, esa genialidad de marketing financiero con aires de timo, era completamente falso. Una pura invención. Una de esas noticias que circulan por la red, creadas con la intención de encajar en el perfil del personaje y así ser creíbles.
Lo más sorprendente no es que la mentira se creara, sino que encontrara un altavoz tan rápidamente. No tardó ni un minuto en viralizarse, y políticos como Hermann Tertsch, eurodiputado de VOX, se lanzaron de cabeza a la crítica. Sin pensárselo. Sin contrastar. Simplemente, porque encajaba en su narrativa. Le sirvieron un argumento perfecto para atacar a su adversario político, y lo devoró sin siquiera mirar si estaba envenenado (tampoco le debió importar mucho porque seguro que se ha mordido alguna vez y ahí sigue). No le interesaba la verdad, sino la munición, aunque estuviera fabricada con mentiras... por eso aunque diga ser periodista (es de lo que ha vivido hasta que le tocó la lotería del Europarlamento, pero no se le puede considerar como tal aunque tenga un título, si es que lo tiene, que no lo sé, porque no reune ni uno de los requisitos mínimos para serlo). Y lo más preocupante es que no es el único. La velocidad a la que se propagan las mentiras es inversamente proporcional a la que se necesita para contrastar los hechos.
En un mundo donde la inmediatez domina y las redes sociales son el nuevo campo de batalla, es fácil caer en la trampa. No solo como público, sino también como periodistas y, lo que es más grave, como políticos. Porque un periodista, al menos, tiene la obligación moral y profesional de verificar la información antes de publicarla, y es cierto que nos pueden engañar, nos pueden "vender mercancía averiada", puede que cometamos errores en una investigación, en la interpretación de datos... pero el objetivo es siempre contar la verdad. Pero un político, un representante electo que habla desde una tribuna pública, tiene una responsabilidad aún mayor, pero ellos están aforados para así poder decir barbaridades sin temor. Su palabra tiene peso y, al difundir una mentira, no solo engaña a quienes le escuchan, sino que degrada el debate público y contribuye a un ambiente de desconfianza.
No es el único caso. También el aventurero Calleja ha sido recientemente objeto de otro bulo en internet, el de que tenía un negocio de placas solares y disfrutaba con los campos arrasados porque allí podría colocarlas. Falso, pero oye, por ahí sigue rulando.
Quizá la próxima vez, antes de tuitear o criticar a la primera de cambio, muchos deberían pensar que la verdad, como la justicia, siempre se abre camino, y que la mentira, por muy tentadora que sea, tiene las patas muy cortas.