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La valla que verdaderamente nos separa
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La valla que verdaderamente nos separa

Por Antonio Felipe Rubio
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afelipeafelipecom/7/7/15
jueves 07 de agosto de 2025, 09:38h
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Desde el video del dóberman y el gol de Butragueño, han aparecido otros “escándalos” en diversos soportes publicitarios. El Ayuntamiento de Almería se equivocó estrepitosamente con el polémico cartel del niño: “Si dice no, no es sexo es agresión”. En su afán por homologarse con las políticas sociales de la extrema izquierda -qué necesidad tendrán-, el PP de Almería cayó en la trampa de la hipersensibilidad sobreactuada; un campo en el que las políticas de izquierda se mueven con gran desparpajo, descaro e hipocresía. Ahora, tras la experiencia vivida por la utilización del cartel del niño, tratan de resarcirse poniendo el grito en el cielo por la valla publicitaria de El Ejido.

Dicen que la valla es una “provocación”; ¡pues claro! No hay que ser catedrática de Marketing -como la primera dama- para entender que eso es una provocación. ¿Y?

Una valla publicitaria, un spot de televisión, una cuña de radio, un banner, una página de prensa… cualquier anuncio publicitario de naturaleza comercial es una provocación; provocación e incitación al consumo del producto o de los servicios anunciados. En campaña electoral se anuncian mensajes y eslóganes para provocar. A veces, quizá demasiadas, es publicidad engañosa. Las promesas -las que ellos saben inalcanzables- se lanzan sin reparo para provocar el apoyo de los ciudadanos. Tras las votaciones, las componendas de los pactos vuelven a engañar a los votantes. A los políticos mendaces y felones no hay que darles esas oportunidades, pues las aprovechan sin el más mínimo pudor. De ahí que sea necesaria una reforma de la Ley Electoral: en la segunda vuelta es cuando se conocen y se materializan los pactos. No después, cuando ya no hay remedio.

La valla de El Ejido, por supuesto, es una provocación. Igual que el nuevo periodismo que, en formato digital, se ha entregado al “Click”. En periodismo, uno de argumentos que distinguían y prestigiaban una cabecera eran los ingeniosos titulares. Redactar los titulares no era labor de un plumilla. Era el director, redactor jefe, jefe de sección… el encargado de destacar en una frase el ágil e inteligente epítome de la noticia. Ahora, para provocar el Click, un titular sería algo así: “Este es el pueblo de Almería donde hay más tontos por metro cuadrado”. El conteo de clicks despejaría las dudas.

Atrás quedaron las máximas periodísticas del ¿quién?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde? y ¿por qué? A la primera pregunta ya es delictuoso responder informando sobre origen, raza, nacionalidad, o antecedentes criminales.

La valla de El Ejido es, objetivamente, el reflejo de una inquietud social. El problema de la valla radica en que, siendo una opción amparada por la libertad de expresión, deja mucho espacio para la interpretación. Es ahí, en la estipendiada interpretación, donde se explayan los exégetas de lo políticamente correcto y lo socialmente admisible.

No queremos darnos cuenta de que nos están prohibiendo decidir, elegir, pensar, y lo más grave: expresarlo. Ante la amenaza del delito de odio, nos vemos impelidos al ostracismo y la omertá. El odio es una de las pasiones humanas, y es antitético a la pasión amor. Amor/odio ha sido una prolífica dualidad pasional para la cultura griega o romana. Los libretos para teatro, cine y seriales se nutren de casos reales y novelas inspiradas por las más nobles y las más bajas pasiones humanas. Pasiones que, ya sea por amor u odio, ambas pueden desembocar en las más execrables acciones o loables destinos para la humanidad: imaginen qué hubiese supuesto el éxito del atentado del coronel Stauffenberg contra su odiado Führer. En el mismo escenario, Goebbels y Magda administran a sus seis hijos cianuro ¿por amor? Y por amor al Führer, los seis hijos/as tenían nombres que comenzaban por “H”, la hache de Hitler.

En el reino animal, los depredadores no odian a sus presas. Una leona elige a la gacela para darle caza y devorarla no por odio, sino por instinto de supervivencia. Sólo desde el raciocinio se siente antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea. Y no hay más que añadir. Todas las demás interpretaciones son constructos para asustar y adocenar a la población reduciéndola al redil de la ideología sectaria impuesta.

La perversión del lenguaje nos conduce al ridículo sesquipedalismo. El género, las perífrasis, las tautologías… las frases interminables, los conceptos que se inventan eructando palabros, y la retahíla de calificativos que refuerzan la intención de acogotar y acotar la capacidad de expresión de la población, que duda, se esconde y se abochorna cuando se le ofrecen dos alternativas por las que optar. Y la opción de la dichosa valla no es baladí. Está relacionada con la cultura, la ley, el respeto, la integración y la asunción de derechos y obligaciones.

Hemos perdido un referente primordial en el Estado de derecho y la democracia: la legalidad. Ya se acepta la ilegalidad como una banal irregularidad. A la inmigración ilegal se le llama migración; y, a riesgo de xenofobia, se puede osar por llamar migración irregular. La inmigración ilegal -que es lo que es- es un grave delito dentro de lo que va quedando de nuestra legislación vigente. Por otro lado, se puede cometer una irregularidad, pero sin salirse de la legalidad. Ilegal es quien está fuera de la ley o contra la ley. No hay más.

La peor valla es la que se levanta como parapeto y desintegración de la legalidad y los valores de nuestra propia sociedad para, así, acrecentar el verdadero odio entre los simplemente disidentes de aquellos cipayos que nos toca soportar.

Antonio Felipe Rubio

Periodista
Dirige La Tertulia en Interalmería TV