En España siempre se creía que agosto era un mes muerto para la política, hasta yo lo creía así. Las decisiones quedaban aparcadas y se acumulaban muchos suspensos en diferentes asignaturas políticas de la legislatura. Las portadas se llenan de historias pasajeras y el país entero parece estar más pendiente de la sombrilla que de los titulares. Pero ya no es así. Agosto se ha convertido en un territorio de caza abierto para quien quiera colocar un mensaje en clave política. Con menos ruido y menos intensidad mediática, cualquier idea clara, sencilla y emocional tiene más recorrido que en cualquier otro momento del año. Las portadas de estos días han sido y son un ejemplo perfecto. El incendio en la Mezquita de Córdoba. El crecimiento de Vox entre jóvenes votantes y parados. La cruzada contra la inmigración musulmana que PP y Vox, con estrategias políticas distintas, han convertido en política oficial en varios gobiernos autonómicos. Y, de fondo, la geopolítica que no descansa: la ofensiva de Estados Unidos contra Nicolás Maduro —con una recompensa de 50 millones de dólares por su captura—, el desgaste de Ucrania, la guerra en Gaza y los aranceles de Trump. Distintos escenarios, un mismo hilo conductor: seguridad, ley y orden.
Este es un tipo de relato que entra fácil, como el cuchillo en la mantequilla, sobre todo cuando el país está relajado y en modo chiringuito, caña y camarón. Agosto no es un mes para grandes debates técnicos. Es un mes para titulares que toquen la piel: “proteger lo nuestro”, “poner orden”, “garantizar tu seguridad”. Mensajes que caben en una frase y que cualquiera puede repetir en la sobremesa y en el momento Gin-tonic. A todo esto, el tema migratorio tiene una fuerza especial, más con estos calores. Con menos noticias compitiendo por la atención, los mensajes sobre “control de fronteras” o “convivencia” se instalan más rápido, ya lo estamos viendo. Y no solo en redes sociales o en tertulias televisivas; también en la conversación del bar, en el grupo de WhatsApp de padres o madres que preparan la vuelta al cole o en la cola del supermercado. No importa si uno está de acuerdo o no, el simple hecho de que el asunto esté presente lo convierte en prioritario.
Si hablamos de Jumilla vemos que hay otro tipo de incendios más allá de los forestales. Los escándalos locales pueden alcanzar dimensión nacional si el relato es lo suficientemente potente. Un carrusel de declaraciones indignadas ha convertido a un municipio murciano en tendencia estatal. El guion es perfecto para el “verano de ley y orden”: autoridad actuando, política señalando y la opinión pública pidiendo respuestas inmediatas como de costumbre. Lo que pasa en Jumilla no se queda en Jumilla; sirve para que unos reivindiquen mano dura y otros reclamen limpieza institucional, todos aprovechando el mismo calor mediático que en agosto multiplica el impacto.
Con tanto revuelo de títulos, dimisiones y currículos sospechosamente creativos, uno empieza a pensar que en España hay más másteres que playas con bandera azul. Menos mal que el verano enfría las cosas: los casos de corrupción, que hace unos meses hervían, ahora reposan al sol como si fueran sangría aguada, el hielo se derritió. Conviene detenerse en el incendio de la Mezquita de Córdoba y es que no es solo un hecho noticioso; ha sido un golpe emocional. Los símbolos tienen una fuerza especial porque no requieren demasiada explicación. La imagen habla por sí sola. En marketing político, un símbolo bien elegido vale más que cien gráficos y estudios. Es patrimonio, historia, identidad… y, por tanto, algo que todos sienten como propio, seas de Córdoba, de Asturias o de Lanzarote. El liderazgo político que entiende esto, sabe que proteger un símbolo es proteger una parte de la memoria colectiva y por ende de las audiencias veraniegas.
La decisión de Estados Unidos de doblar la recompensa por Nicolás Maduro podría parecer un asunto lejano, propio de titulares internacionales. Pero, en realidad, se cuela por la puerta de casa. Un Maduro exaltado, ‘desde su palacio de Miraflores’ —según dice él, aunque vaya usted a saber—, aparece en modo comandante de ejército bolivariano retando al actual presidente americano Donald Trump. ¡Aquí estoy cobarde! ¿Puede haber algo más políticamente emocional y llamativo que el presidente de un país retando a otro a que lo venga a buscar? Esperando la respuesta del otro estoy…
El verano tiene menos actores en juego y menos competencia mediática, tal cual. Pero eso no quita que los mensajes que se repiten más y son portada de periódico o tema protagonista de radio o televisión, calan mejor. Y en política, lo que se escucha primero y más veces, se queda. Por eso, quien logre adueñarse de la conversación en agosto, llegará a septiembre con la mitad del trabajo hecho, no tendrá que ir a recuperación. El mes de las vacaciones ya no es un paréntesis; es una oportunidad. Las portadas de hoy, con su mezcla de migración, miedo y geopolítica, nos recuerdan que el relato no espera a que pase el calor, más bien lo avivan. La política sigue moviéndose, aunque los ventiladores estén encendidos y las chanclas puestas. Quien sepa moverse ahora, cuando todo parece en pausa o aparente calma, será quien marque el ritmo cuando vuelva la prisa, habrá recuperado la asignatura de seguridad, ley y orden.