Dentro de poco nos encontraremos conmemorando el cincuenta aniversario de la muerte de un dictador. Unos de una manera y otros de otra. No es la misma percepción en quienes vivieron una dictadura que en aquellos nacidos años después. Ni es lo mismo ser parte del régimen antiguo y ahora formar parte del nuevo poder, que estar en la oposición en los dos casos. No se conmemora lo mismo, no.
Cuando falleció el general bajito de la voz aflautada, yo era un imberbe que empezaba a estar un poquito harto de su excelencia el generalísimo y del séquito que le rodeaba. Tanto superlativo me parecía algo anormal. Como tampoco me parecía normal tanta loa, tanta adulación y tanto lloro, a fin de cuentas despedíamos a un militar que inició su carrera fusilando y la terminó de la misma manera.
Desde mi nacimiento sólo había conocido a un gobernante y ahora, ley de vida, nos quedábamos sin él. Todo el mundo, asustado, me aseguraba la llegada de un periodo donde el caos y el desorden camparían anárquicamente, pero a pesar de los agoreros, tranquilidad, no pasaba nada, el planeta seguía dando vueltas y al día siguiente el sol reluciría de nuevo, si no estaba nublado.
El autócrata nos había dicho que dejaba todo “atado y bien atado”. No se le darían muy bien los nudos cuando un borbón con cara de pocas luces, y con la ayuda del secretario general del movimiento, fue capaz de deshacer las ataduras en muy poco tiempo.
Como me habían contado que en otros países la ciudadanía elegía a sus gobernantes, me ilusioné al ver que por aquí comenzábamos a hacer lo mismo. Y más aún cuando un partido político se promocionaba como el adalid de la honradez, la libertad y la defensa de Andalucía. Estaba convencido de que vivía en una democracia porque votaba cada cuatro años. Lo reconozco, me dieron coba.
Siempre me había parecido una aberración el no poder participar de la vida pública mediante un partido político, aunque ahora recelaba de que, por el contrario, en este nuevo régimen toda actividad representativa se debía hacer bajo el paraguas de los partidos políticos. Bueno, tiempo al tiempo, me dije, ya la democracia irá pariendo a una sociedad civil responsable y a una ciudadanía comprometida.
Y aquí estamos. Cincuenta años han pasado desde la muerte del anciano dictador (que se murió en la cama nunca lo olvidemos) y en este lapso la honradez y la libertad han mutado en corrupción y autocracia, los políticos profesionales se han convertido en el principal problema del país y, para ocultar sus conflictos con la ley, el poder nos recuerda constantemente a “Paquita la culona”, como chuscamente le apodaba el sanguinario colega que hasta hace poco estaba enterrado en La Macarena.
Medio siglo después la inocua ciudadanía está cautiva y desarmada. Y la Sociedad Civil ni está ni se le espera.
Deberíamos conservar al antiguo dictador en la memoria igual que tenemos a Viriato o a Indibil y Mandonio: semiborrados, enmomiados, sin saber muy bien el siglo donde vivieron y sin tener muy claro si eran futbolistas, comediantes o presentadores de televisión. No obstante, el régimen actual nos recuerda su figura cada vez que pretende distraer nuestra atención ante sus carencias.
Y la realidad es que, salvando las distancias y la forma de tomar el poder, el antiguo y el nuevo régimen andan bastante parejos: Autocracia, control social, gobierno de quienes no han ganado las elecciones, secuaces en lugares clave, dominio del poder ejecutivo sobre el legislativo y el judicial, purga de jueces, control de medios, compra de voceros, Montesquieu a hacer puñetas, falta de libertad, polarización de la sociedad, diferenciación entre buenos y malos, represalias, corrupción, miedo al poder... es palmario, este régimen se parece mucho al de hace cincuenta años.
Nací en tiempos de una oscura dictadura. Viendo el camino tomado por la convivencia, la separación de poderes y la libertad, ¿me moriré en tiempos de una nueva y tenebrosa opresión?