Por aquel entonces, los almerienses, en realidad, eran granadinos, y por eso, el esplendor de este reino era tan de unos como de los otros, y su tragedia posterior, también.
Esta historia por tanto, nos afecta mucho más de lo que parece, ya que es otro elemento en la historia de Andalucía, convertido en ejemplo del sistemático expolio al que hemos sido sometidos con el claro objetivo de desarraigarnos, de que asumamos que los andaluces no tenemos pasado propio, raíz.
Ocurrió, sin lugar a dudas, aunque la fecha hay que reconocer que es atribuida pese a existir consenso en que fue el 23 de febrero de 1502, y el lugar, la plaza de Bib Rambla de Granada, cerca de donde estuvo la Mezquita y aún se mantiene en pie la Madraza.
El notario Juan de Vallejo, amigo personal del Carcenal Cisneros, en su “Memorial de la vida de Fray Francisco Jiménez de Cisneros”, relata que "Para desarraigarles del todo de la sobredicha su perversa y mala secta, les mandó a los dichos alfaquís tomar todos sus alcoranes y los otros libros particulares, cuantos se pudieron haber, los cuales fueron más de cuatro o cinco mil volúmenes, entre grandes y pequeños, y hacer muy grandes fuegos y quemarlos todos... y así se quemaron todos, sin quedar memoria, como dicho es, excepto los libros de medicina, que había muchos y... están hoy en día puestos en la librería de su insigne colegio y universidad de Alcalá...
Pero también nos habla de que el objetivo era “desarraigar”, es decir, que los andaluces –aquellos granadinos que también eran los almerienses no solo por una cuestión administrativa como reino, sino por haber sido refugio de los que huyeron tras la ocupación de Almariyya- perdieran su raíz.
Según Javier López Gijón, profesor de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad de Granada, parte de esos ejemplares procedían de la biblioteca de la Madraza creada en la época de Yusuf I, que junto a la de su sucesor Muhammad V contribuyeron al esplendor del reino nazarí.
Ibn Abdun en una descripción de la Sevilla de comienzos del siglo XII explica que los libros musulmanes se vendían a los cristianos de Sevilla, quienes los plagiaban, haciendo de ellos obras de ciencia cristiana, por lo que decía que “No deben venderse a judíos ni cristianos libros de ciencia, salvo los que traten de su ley, porque luego traducen los libros científicos y se los atribuyen a los suyos y a sus obispos, siendo así que se trata de obras musulmanas.”
La pira funeraria que prendió Cisneros se producía en un claro incumplimiento de las Capitulaciones por las que los Reyes de Castilla, León y Aragón se comprometían a proteger a los andalusíes, tanto sus vidas como sus haciendas, tanto sus costumbres como su religión, pero a ese siniestro grajo no le parecía que las conversiones que esperaban se estuvieran produciendo a buen ritmo, y decidió… acelerarlas.
Poco hay que añadir sobre lo que sus propios admiradores narran, y basta con detenerse en algunos detalles significativos.
El primero, y salta a la vista, es que una década después de conquistar Granada, y por tanto bastantes años después de caer otras zonas como la actual Almería, no se había producido la “expulsión” de la que nos hablan en los colegios ¡todavía!, y que había convivencia hasta el punto de que la Iglesia se pone nerviosa… más que las autoridades políticas, a las que trata de influir y provocar, como lo demuestra esta quema de libros que contravenía las Capitulaciones.
Pero también nos habla de que el objetivo era “desarraigar”, es decir, que los andaluces –aquellos granadinos que también eran los almerienses no solo por una cuestión administrativa como reino, sino por haber sido refugio de los que huyeron tras la ocupación de Almariyya- perdieran su raíz.
Y no es menos significativo que los libros que consideraban útiles a sus intereses se los llevaran a su país, se apropiaran de ellos y de sus contenidos, que en ocasiones nos “revendieron” como suyo.
Cinco siglos después podemos decir con cierto orgullo que aquí seguimos algunos, para apuntar con el dedo a quienes lo hicieron entonces, y a quienes hoy siguen permitiendo ese “desarraigo” cultural e histórico, y a quienes no reclaman que nos devuelvan el patrimonio que nos fue expoliado. A quienes siguen mintiendo en los libros de texto de los colegios, que sobre aquella época cuenta hoy lo mismo que reescribieron en el Franquismo pese a que los historiadores -los de verdad, los que investigan en las fuentes, no los que se limitan a copia y pegar de un año a otro para que la administración educativa le garantice vivir del cuento- han demostrado la falsedad de tantas y tantas cosas.