España arde. Arde León, arde Galicia, arde Madrid, arde Cádiz… Más de 6.000 desalojados, miles de hectáreas reducidas a carbón, patrimonios naturales como Las Médulas amenazados por el avance de las llamas. Y en medio de ese paisaje de humo, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no aparece. Ni visita a los profesionales que se dejan la piel, ni pisa un municipio afectado, ni interrumpe sus vacaciones para dar una imagen mínima de compromiso.
Los incendios no entienden de agendas, pero Moncloa sí. El resto del Ejecutivo tampoco se ha dado por aludido. España está en llamas y en el banco azul no hay ni un guardia de guardia. Los únicos que sí interrumpen su descanso son los bomberos, retenes, brigadas forestales y voluntarios, que trabajan de sol a sol con recursos siempre escasos. A ellos les basta con un casco y una manguera; a nuestros dirigentes parece que les hace falta algo más… como que el fuego llegue hasta la puerta de la Moncloa.
En tiempos de Roma, Nerón pasó a la historia por tocar la lira mientras la ciudad ardía. No está documentado que fuera cierto, pero la imagen quedó grabada para siempre. Hoy, el paralelismo es incómodo: el país ardiendo, y el presidente, lejos del humo, afinando su propia partitura política. Si Nerón tenía su lira, Sánchez tiene sus comunicados de solidaridad, sus mensajes en redes y sus ruedas de prensa asépticas. El fuego real, ese que asfixia pueblos y devora montes, parece cosa de otros.
Resulta difícil comprender que un líder político no vea la necesidad de estar físicamente en el lugar del desastre, aunque solo sea para dar aliento a quienes arriesgan la vida. Es lo mínimo exigible, más allá de lo simbólico. En cambio, se opta por una gestión a distancia, donde el humo se ve solo en fotografías y la ceniza no mancha los zapatos.
Mientras, los incendios siguen avanzando. Galicia ya ha perdido más superficie que en todo 2024; en Castilla y León, el fuego se ha colado hasta los límites de un Patrimonio de la Humanidad; en Tarifa, más de 2.000 personas han sido desalojadas de urgencia. Y el viento no da tregua.
El problema es que en España parece que la lira política suena siempre más alta que el crujir de los pinos ardiendo. Y así, mientras el país se consume, el presidente puede seguir afinando. Los que apagan el fuego de verdad no tienen tiempo para conciertos.