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La pureza
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La pureza

Por Juan Torrijos Arribas
lunes 25 de agosto de 2025, 06:00h
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Un buen y querido amigo me decía que los políticos han querido convertir a la provincia de Almería como el culmen de la pureza. Y la pureza, lo viene diciendo la ciencia desde hace siglos, tiene otra cara de la que nunca se habla, de la que no queremos saber nada, de la que nos escondemos, y son sus efectos destructivos. El agua que bebemos no es pura, y lo sabemos, tendría más efectos negativos para nuestra salud esa pureza en el agua, que la potable que a través de nuestros grifos calma la sed de nuestros cuerpos.

Tonto ejemplo, cierto, pero entendible. Cuando llevamos la pureza a nuestros campos, vemos como estos se vuelven yermos, inhabitables y llegan las llamas para arrasarlos. Cuando dejamos que la pureza de los lobos llene nuestras montañas vemos como la misma la pagan las ovejas. Decidimos que no se construya en tal o cual paraje con el fin de rescatar la pureza y belleza del paisaje, pero al cabo de unos años vemos que los campos se agostan, que el hombre los abandona y que se empieza a perder esa belleza de la vida que conformamos entre todos, y dejamos los parajes al albur del fuego que los arrasa.

En más de una ocasión la prensa internacional ha comentado la fealdad que suponen los miles de invernaderos que jalonan nuestra provincia y que aparecen en las fotos de los satélites como la imagen más importante del sur de Europa. Si les dejásemos, si bajásemos la guardia, y no olviden que son muchos los políticos que vienen trabajando para acabar con los mismos, sería el fin del modelo agrario y económico más importante en la historia de Almería. Nos dejan el plástico como mal menor, pero a cambio nos hemos convertido en la provincia con más terreno protegido de Andalucía. Si les dejáramos que nos impongan su pureza total, si consiguen vencernos en la construcción de invernaderos, cada vez son más las trabas que ponen los ayuntamientos ¿qué efecto tendrían en las familias y trabajadores que de ellos viven?

Todos querríamos tener un hermoso paisaje delante de la puerta de nuestra casa, la belleza de unos naranjos en flor, o el azul de un campo de lavanda, un horizonte abierto donde el amanecer fuera un canto al nuevo día y el ocaso el hermoso adiós al que hemos vivido. Hablamos de la pureza del paisaje en el campo, pero ¿y en la ciudad? aquí nos tenemos que conformar a veces con la ventana del vecino, con el ruido y la suciedad de las calles y hasta con la mierda de los perros que no retiran sus dueños. ¿Cuál sería la pureza de le pedimos a esa calle? Que el vecino no tenga ventana frente a la nuestra, que desaparezcan los ruidos de los coches, los gritos de los niños, las terrazas de los bares que no nos dejan dormir, que no hubiera perros, y si los hay, que sus dueños recojan sus cacas. No debemos olvidar los sueños, e intentar que se conviertan en realidad, pero sin olvidar tener los pies sobre la tierra a la que algún día volveremos. Y cuidarla, defenderla y protegerla de todos aquellos que desde los despachos solo nos hablan de la pureza, sin vivir en ella.