Voy a confesarme: cada vez que cojo la A-7 en pleno agosto, rumbo a las playas de Cabo de Gata, me pregunto si alguien ha esparcido salivilla de Vicario por la carretera para que todos los coches se peguen como moscas. La semana pasada, mientras avanzaba a paso de tortuga con la sombra de los invernaderos almerienses reflejándose en el capó, me vino a la cabeza esa pregunta que nos ha quitado el sueño a medio Almería: ¿Por qué, si todos vamos hacia adelante, acabamos formando un atasco digno de la Gran Vía un sábado de rebajas?.
Resulta que la respuesta tiene nombre de instrumento musical: efecto acordeón. Sí, como el que toca el tío Paco en las verbenas de San Juan. Hace décadas, unos científicos japoneses (que seguro nunca han visto el tráfico de la rotonda de El Toyo en temporada alta) descubrieron que cuando el primer coche arranca, el de atrás tarda un segundo más en reaccionar, el tercero otro segundo… y así hasta que el último de la fila, que podría estar aparcado en Roquetas, tarda media hora en mover la rueda. ¡Media hora! Tiempo suficiente para que a mi prima Lola se le derrita el helado de la Frida’s en el asiento trasero.
Pero aquí, en nuestra tierra, el efecto acordeón se mezcla con el arte del “frenazo sorpresa”. ¿Ejemplo? La vez que mi amigo Javi, camino del aeropuerto, se encontró con una obra en la salida de Retamar. Según su GPS, todo fluía… hasta que un taxi frenó en seco para esquivar un cartel de “Prohibido el paso” volando como si fuera una escena de Torrente. Diez coches después, Javi llegó a la terminal con el tiempo justo para ver su avión despegar desde la ventana. “Era como si el atasco me hubiera comido la vida en cámara lenta”, dijo, mientras pagaba un riñón por cambiar el billete.
La DGT advierte que accidentes u obras rompen el compás, pero en Almería añadiría otro ingrediente: nuestra capacidad para convertir cualquier curva en un punto de interés turístico. ¿Cuántas veces hemos frenado solo porque alguien miraba distraído el Castillo de San Telmo? Eso sin contar los días de levante, cuando los camiones de tomates bailan al son del viento y los coches hacen slalom entre ellos.
Al final, el tráfico es como nuestro clima: impredecible, caprichoso, y con momentos de calma chicha que te invitan a bajar la ventanilla y respirar… hasta que el coche de atrás te pita porque ya has avanzado 20 centímetros. Pero, ¿saben qué? Nosotros, los almerienses, somos como esos conductores del efecto acordeón: aunque vayamos a trompicones, seguimos avanzando. Con la radio puesta, un “¡Vamos, hombre!” socarrón y la certeza de que, al final, siempre llegamos. Aunque sea con la arena de Cabo de Gata en las zapatillas.
PD: Artículo firmado por una almeriense que ya tiene previsto llegar media hora antes… por si las moscas.