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Después del último día
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Después del último día

martes 12 de agosto de 2025, 19:05h
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Hace sesenta años la gente mayor decía «la primera vez el mundo se acabó por una inundación, por agua. La próxima será por fuego». Era un apocalipsis especial, una deducción personal, el hecho de cambiar de extremo a extremo, como suele pasar también en política.
Pero, vista la situación, podría ser cierto.
Si aquel vaticinio fuera realidad, ya faltaría poco. No serán cuarenta días, es evidente. Esto no es una inundación a nivel mundial —que, por cierto, precisaría más de cuarenta días para producirse—. Esto es algo más lento. Y más doloroso. Más agónico. Los incendios continuos y simultáneos, en Grecia, Borneo, África central, Amazonia hasta los actuales en Francia, España, Portugal son para pararse a pensar. No por su presunto carácter apocalíptico, sí por su coincidencia y sus consecuencias. Por el interés, los intereses. ¿A quien pueden interesar los incendios? ¿A quien, tantos simultáneos? Los incendios son destructivos, no sólo por la destrucción provocada de inmediato. También por eso. Pero…
La naturaleza absorbe CO2, lo cambia por oxígeno. Los árboles disminuyen el efecto sobre el suelo de la lluvia al disminuir el impacto, las raíces ayudan a sostener el suelo. Atraen la lluvia, ayudan a la evaporación, así aseguran lluvias posteriores. Las llamas y el humo consumen oxígeno y agua, elemento tan escaso, aumentan la temperatura, la tierra queda inutilizada para el cultivo y cualquier actividad no especulativa bastante tiempo, hasta veinte o veinticinco años, el suelo se calienta, secan los escasos espacios húmedos, secan las marismas y disminuyen la evaporación, los glaciares se extinguen. Los mares se calientan, los peces mueren. Se descongelan los casquetes polares, su superficie disminuye, los iceberg se rompen, vagan por el océano hasta que se desintegran. Ya han desaparecido muchos, pero antes ponen en peligro la navegación, acaban con la vida animal. En Australia se está perdiendo la gran barrera de coral. Las aguas elevan su nivel, siguen ascendiendo, desaparecen playas e islas. Falta comida.
Este escenario apocalíptico no es un cuento. No es un invento. No es un cuento de la izquierda ni un «complot judeo-masónico» a la medida de la peor evocación nostálgica. (Lo primero ya marcha ante todo el mundo gracias al apoyo del imperio. Lo segundo calla. Parecen demasiado discretos, o están debilitados. O sólo queda la corriente reaccionaria). No es imaginación. No es exageración gráfica ni «producto de una mente calenturienta». Está sucediendo ya. Ya ha empezado.
La pérdida del Mar Menor es un aviso. Los incendios de Grecia, de África central, de la Amazonia, de Francia, de la península ibérica, de Borneo, de California… cada vez más simultáneos, cada vez más virulentos, más agresivos, más destructivos, se multiplican automáticamente por su propio número. Su mayor fuerza y magnitud es resultado de incendios anteriores.
Y lo peor de todo: la mayoría son intencionados: hecho probado. Obra de gente sin responsabilidad, descuidados, sin escrúpulos. Lo intencionado no es un descuido, los descuidos deben sumarse al total. Pero intencionados ¿por qué? ¿Para qué? ¿por quién? ¿Quién se beneficia? Recoger madera donde está prohibido es doble culpa. ¿Sembrar palma? ¿Colza? ¿construir mega granjas para mejor envenenar a la mayoría desinformada? ¿«Sembrar» placas solares para que las eléctricas aumenten beneficio? La energía solar es útil para consumo individual o industrial, dónde menos se está usando ¿para no mermar el beneficio de las eléctricas? ¿Para ganar dinero hasta el último día? ¿Para qué? ¿Cómo, dónde lo disfrutarán después del último día? ¿Es que habrá un día después?
Las desgracias son desgracias para todos, también para quienes su posición económica les permite soportarlas, incluso no sufrirlas. De momento. Menos aún son pretexto para la guerra entre partidos. No son una honda para utilizarla contra el otro. «Si un presidente de mi partido no estuviera en una situación semejante, sería cesado de inmediato». Tiene la desfachatez de decir hoy, 12 de agosto de 2025, a las 13h., quien ayuda y oculta a Mazón, será para compartir el peso de sus doscientos sesenta y cuatro muertos y de la ruina de pueblos y ciudades. Los incendios son un gravísimo perjuicio para todos y quien se sintiera beneficiado por ellos o los aprovechara para sus fines o intereses particulares, debería estar sometido a la máxima pena.

Rafael Sanmartín

Estudió Filosofía y Marketing y es especialista en Historia. Ha trabajado en prensa, radio y TV. Obtuvo el premio 'Temas' de relato corto por El Puente (1988), así como el '28-F' (2001), por La serie La Andalucía de la Transición, emitida por Canal Sur Televisión. De su producción literaria cabe destacar: El País que Nunca Existió (1977), El Color del Cristal, novela (2001), La Importancia de un Hombre Normal, que narra la biografía de Blas Infante, (2003), Historia de Andalucía Para Jóvenes (2005), Grandes Infamias (2006) y De Aquellos Polvos... La Autonomía y sus orígenes históricos (2011) Para el autor "la Historia es el espejo donde podemos vernos y conocernos, aunque, como está escrita por los vencedores, debe analizarse con espíritu crítico para poder interpretarla".