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Me quedo con los fundamentalistas
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Me quedo con los fundamentalistas

Por Rafael M. Martos
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jueves 25 de septiembre de 2025, 06:00h
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Si yo arrancara este artículo afirmando, sin más, que el obispo de Almería, Antonio Gómez Cantero, es un fundamentalista, y que los miembros del Servicio Jesuita a Migrantes que le acompañan en su última iniciativa también lo son, más de uno se llevaría las manos a la cabeza. Me acusarían, con toda probabilidad, de soltar una auténtica barbaridad. Les aseguro que no lo es. Es más, después de escuchar atentamente los detalles sobre el futuro uso de una parte del Seminario Diocesano, no se me ocurre un calificativo mejor.

Y es que son fundamentalistas. Pero no en el sentido pervertido que algunos le han dado al término. Son fundamentalistas porque han decidido ir al fundamento. Al tuétano del cristianismo. A la raíz del mensaje de Jesús de Nazaret, despojándolo de oropeles, de tronos dorados y de esa magnificencia tan humana con la que a veces pretendemos glorificar a Dios, mientras nos olvidamos de lo esencial.

Lo esencial es, precisamente, lo que va a ocurrir en ese edificio que llevaba cuatro años cerrado. La Diócesis de Almería cederá gratuitamente un espacio al Servicio Jesuita a Migrantes para poner en marcha un proyecto de formación y acompañamiento para un pequeño grupo de inmigrantes. Apenas una docena de personas en situación de vulnerabilidad, muchas de ellas malviviendo en asentamientos, tendrán la oportunidad de recibir formación reglada en distintas profesiones, de obtener un certificado de cualificación, de afianzar el idioma y de conocer mejor nuestras costumbres. Se trata de personas integradas, con cierto arraigo, con interés en progresar en la vida, y a las que se les dará una atención "integral", porque como afirmó Daniel Izuzquiza, se trata de personas, no de mercancías.

Una gota de agua en el océano de la necesidad, sí. Pero una gota de agua que, para quien la recibe, lo es todo. Y resulta que la Diócesis cede el espacio sin cobrar un euro. Y que las personas implicadas, desde los formadores hasta las religiosas de la Congregación de Cristo Jesús que vivirán allí para acompañarles, lo harán de forma voluntaria. Sin esperar nada a cambio. Eso es ir al fundamento. Eso es ser un fundamentalista del Evangelio.

Resulta eminentemente satisfactorio, casi un bálsamo en estos tiempos de cinismo, encontrar gente que quiere ayudar a los demás de manera tan desinteresada. El propio obispo Gómez Cantero lo resumía con una claridad meridiana, casi como un reto a los que ya empezaban a afilar los cuchillos: "Este proyecto no se alquila ni se hace para ganar dinero. Es un servicio gratuito que nace de la misión samaritana de la Iglesia. Y si hiciera falta, yo mismo vendría a vivir aquí con ellos". Ahí queda eso.

Y claro, las críticas han llegado. Como era de esperar, no han tardado en aparecer las voces discordantes. Lo curioso, y a la vez previsible, es que las críticas más feroces han venido precisamente de aquellos que se dan más golpes en el pecho, de los que nunca faltan en la primera fila de una procesión. Son los que hablan del "efecto llamada" en vez reconocer el "efecto huída", de colaboracionismo "con la industria de las fronteras abiertas" cuando la Iglesia presume de ser "universal", y de que los recursos deben ser primero para "los españoles", como si Jesús hubiese ido pidiendo el DNI a sus seguidores, que se esparcieron por el mundo sin pasaporte.

Argumentos que chocan frontalmente con la parábola del Buen Samaritano que el propio obispo ha citado en más de una ocasión para explicar la labor de la Iglesia. Porque el mensaje de Cristo nunca habló de nacionalidades, sino de necesidades. "Por sus obras los conoceréis", reza el texto sagrado. Y las obras, en este caso, son meridianamente claras.

Por un lado, tenemos a un obispo y a un grupo de jesuitas que abren las puertas de su casa para formar y dar un futuro a una docena de personas. Y por otro, lamentablemente, tenemos en esta misma provincia a otros sacerdotes –pocos, pero ruidosos– que no tienen el menor pudor en llamar "sarracenos" a los inmigrantes que viven en sus pueblos, o en celebrar misas cada 18 de julio o 1 de abril para conmemorar la sublevación fascista y la victoria de Franco, porque para ellos es antes "su" patria, que la humanidad, antes la política que la religión, antes una victoria militar entre hermanos, que el diálogo y la mano tendida.

Ellos sí que no son fundamentalistas. De hecho, cuesta incluso considerarlos cristianos si se compara su mensaje de odio con el mensaje de amor y acogida de Jesús. No es que sean malos cristianos, es que directamente su praxis contradice el fundamento mismo de la fe que dicen profesar.

Por eso, en esta ocasión, no tengo ninguna duda. Ante la disyuntiva, y con la conciencia tranquila, lo digo alto y claro: me quedo con los fundamentalistas. Ojalá este bendito fundamentalismo del obispo Gómez Cantero cundiera mucho más en Almería.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"