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Protocolo gatuno
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Protocolo gatuno

Por Juan Torrijos Arribas
viernes 24 de octubre de 2025, 06:00h
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Durante algunos años, más de veinte, tuve una colonia de gatos bajo mis órdenes. Nunca fueron menos de 12, y llegaron a veces a más de veinte. Existían escondites preparados para cuando llegaban los zorros, pero aun así algunas noches desaparecían unos cuantos, que se habían dedicado a la contemplación de la luna, o a la hermosa historia del amor nocturno. Intenté, no vayan a pensar que no, crear protocolos para la convivencia entre los gatos y la familia. De la comida de la mañana me responsabilizaba yo, de la de la noche la señora. Durante el invierno no había problemas con el agua, estaba siempre al alcance, durante el verano los veías haciendo malabares sobre la piscina para saciar la sed.

Lo intenté, vaya si lo intenté. Las gatas respondían un poco mejor, pero los gatos, joder, peor que los políticos, no había quién los metiera en cintura. Tenían sus lugares para las necesidades, se lo decías, te miraban, parecía que te estaban diciendo que sí, pero en cuanto te dabas la vuelta lo hacían donde las daba la gana. Si te dejabas un sillón con el cojín puesto, allí dormía el gato. Lo tenían prohibido, carteles por todo el jardín, pero a ellos lo de las normas de los carteles se la traían floja, como a los políticos el dinero que nos sacan con malas artes de los bolsillos y que dicen no tiene dueño. No he sido capaz en veinte años de que mis gatos, llegué a quererlos como parte de la familia, aceptaran un protocolo de convivencia por mucho que lo intenté. Y no crean, a veces me cabreaba con ellos, pero te bufaban, te sacaban las uñas y cualquiera se metía en sus vidas.

Es por ello que me siento sorprendido cuando desde el ayuntamiento hablaban de miles de gatos en la ciudad, en más de mil quinientas colonias y de un protocolo gatuno puesto en marcha. Puedo entender que estos gatos han debido pasar por la escuela, o por algún taller municipal pagado con dinero de los ciudadanos y ofrecido por profesores del partido convocante, donde hayan aprendido lo que debe ser un protocolo para que nos llevemos bien los gatos y los humanos. Los míos, mis gatos, no estuvieron en escuela alguna, eran los pobres analfabetos. No sabían leer, ni tampoco escribir. Una gata que se pasaba horas a mi lado, junto a la teclas del ordenador, miraba el correr de los dedos sobre las teclas y en alguna ocasión intentó ayudarme, pero al final, tras una mirada por mi parte algo cargada, me hacía un mohín, y se largaba con viento fresco. Estoy asombrado de que los gatos controlados por el ayuntamiento de Almería acepten un protocolo, vivan dentro de él y sean felices. Algo les han debido cortar, entre otras cuestiones la independencia y la libertad de hacer lo que les da la gana. Pobres gatos protocolados los de la alcaldesa María del Mar.