Inmaculada Asensio, trabajadora social: “Los protocolos funcionan cuando se activan, y esta es sin duda la evidencia más dolorosa tras lo sucedido. Ahora necesitamos apostar por la prevención, y como dice mi amiga Helena Martínez, maestra, aprendamos de países como Dinamarca, donde los centros escolares dedican una hora semanal obligatoria a hablar de emociones, conflictos, problemas entre alumnos y fórmulas para resolverlos”.
La tragedia por la muerte de Sandra Peña, la menor sevillana de 14 años que se quitó la vida el pasado catorce de octubre tras sufrir acoso escolar, ha removido a todos, y particularmente a Inmaculada Asensio Fernández (Almería, 1978) trabajadora social de profesión (que también fue víctima de bullying en su infancia), sentimientos y cuestionamientos profundos acerca de todas las posibilidades que se han perdido para evitar su muerte. Ella tiene claro (al igual que la mayoría de nosotros) que esta niña es una víctima más: “se podía haber hecho algo para evitar su trágico desenlace”. En esta entrevista, Inmaculada, nos cuenta sus reflexiones sobre la muerte de esta niña, para que no nos olvidemos de ella.
R. G. F.: Inmaculada, recientemente has publicado un artículo en tu blog (www.inmaculadasol.com) sobre la muerte de Sandra Peña, en el que también has compartido tus propias vivencias de acoso escolar siendo estudiante del Colegio Público Santiago, hoy llamado IES Maestro Padilla. Compartiste con tus lectores que sufriste bullying hasta los 13 años, edad en la que cambiaste al Instituto, y que todos los episodios de acoso eran presenciados diariamente por parte de todo el alumnado del colegio, y por todas las personas adultas de las que te rodeabas diariamente, incluyendo las maestras y maestros del centro educativo. Cuando lo comentabas en casa, te decían que te defendieras, que si no la situación no terminaría nunca e incluso iría a peor. ¿Cómo interpretas ahora estas palabras?
Inmaculada: Ahora que soy una mujer adulta puedo ver con claridad que en esa época se depositaba toda la responsabilidad del acoso escolar en la infancia; exclusivamente en los niños y en las niñas que lo sufríamos. Hoy me llama especialmente la atención que en esa época la respuesta de una madre (ama de casa y sin estudios) y la de una maestra (con titulación universitaria y expuesta a formación continua) era exactamente la misma: “aprende a defenderte pegando tú”. En mi caso, no tenía la “mala leche” suficiente como para ir agrediendo a las personas que me insultaban a diario, casi todos eran chicos, no era mi temperamento ni mi naturaleza, y si hubiera hecho caso a ese mandato repetido como un mantra, sin duda habría generado muchos problemas en el patio y en el aula, pues probablemente me habría vuelto acosadora yo también. Menos mal que nunca lo hice, a pesar de que ese era el “consejo estrella”.
R.G.F.: Señalas en tu artículo que tu vivencia con el bullying, en esa sociedad de finales de los 80 y principios de los 90, te enseñó algo esencial sobre el dolor del silencio, y sobre la injusticia de la negación. Está claro que debió ser complicado para ti ser, además, buena alumna y proyectarte hacia adelante, incluso para convertirte años después en una profesional de prestigio en el ámbito del Trabajo Social, incluso el año pasado te concedieron la insignia de oro de la profesión en Almería. Me gustaría que nos comentaras si has vuelto a reencontrarte cara a cara con alguna de las personas que te acosaron en la infancia, y cuál ha sido tu reacción frente a ellas siendo ya adulta.
Inmaculada: Me encanta tener la oportunidad de responder a esta pregunta. Sí que me he encontrado a lo largo de la vida a la mayor parte de las personas que me acosaron en el colegio, y las reacciones han sido diversas. Te contaré dos situaciones distintas: la primera, un chico, llamado Miguel Ángel, era el que más me insultaba y ridiculizaba en público. A pocos años de dejar el Colegio Santiago, cuatro o cinco años después, lo encontré una noche que salí a divertirme con mis amigas, y no me reconoció (en ese momento ya me había puesto lentillas, iba arreglada y maquillada); de este modo, se acercó en tono seductor a ligar conmigo, me dijo que nunca había visto a una chica tan guapa, y siguió hablando sin reconocerme. Yo lo miraba sin dar crédito: ¡¿De verdad no me reconoces?! Le dije. Y él contestó que no. Soy “”la guapa”, contesté, pues así me llamaban con sorna. Él se quedó de piedra y me pidió perdón. Me dijo que “éramos niños, no sabíamos lo que hacíamos”. Sin prestarle demasiada atención, me di la vuelta y me fui. No sentí ningún aprecio, pero sí cierto alivio; su persona no me interesaba ni lo más mínimo, pero pude darme cuenta de que el pasado había pasado. Luego, como 15 o 20 años después, me encontré con Juan Carlos, otro alumno que también me acosaba. Nos saludamos, ya éramos adultos. Sin que yo comentara nada, un día me expresó que esperaba que no le guardara resentimiento por lo que pasó en el colegio (no nombró las palabras acoso ni bullying, percibí vergüenza y arrepentimiento en él). Ya no le guardaba resentimiento, y se lo dije: estamos en paz.
- G. F.: Desde luego, con toda esta experiencia como marco de referencia, me gustaría preguntarte, ¿qué acciones crees que se podrían haber puesto en marcha para evitar el suicidio de Sandra Peña?
Inmaculada: En primer lugar, activar el protocolo de actuación sobre violencia escolar, y, además, en el caso de Sandra parece que sus padres aportaron una serie de informes psicológicos al centro educativo, ya había existido un episodio de intento autolítico, según he leído en los medios digitales. De ser cierto que esta circunstancia fue puesta en conocimiento del centro educativo, podemos considerar una grave negligencia que tampoco activaran el protocolo para la prevención, detección e intervención ante conductas suicidas en el ámbito escolar. Este segundo protocolo sirve para detectar señales de riesgo suicida y establecer medidas urgentes de intervención cuando se sospecha o se confirma una conducta suicida (incluido el intento), coordinando actuaciones entre el centro educativo, los servicios sanitarios, la familia y los servicios sociales. Además, considero prioritario comenzar a invertir en prevención, en todos sus niveles: fundamentalmente prevención primaria (para evitar que aparezcan situaciones de maltrato, trabajando con todo el entorno escolar y familiar); prevención secundaria (para detectar e intervenir en casos en los que ya hay señales de riesgo), y prevención terciaria (para frenar el daño y evitar que se agraven las situaciones ya existentes). Hay un colega profesional, trabajador social educativo en Jerez de la Frontera, ejerce en el Equipo de Orientación Educativa número dos, se llama José Manuel. Él lleva muchos años conduciendo un taller en el aula, denominado “Prevención del Acoso Escolar”, que se desarrolla en grupos-clase, con una duración de 15-20 sesiones anuales, y que por primera vez este año ha incluido a padres y madres. Estas experiencias tan significativas, no se replican en todas las provincias andaluzas. Volviendo la mirada al caso de Sandra, presuntamente, se tomaron acciones aisladas y descoordinadas, como cambiar a las menores de grupo: un total despropósito con consecuencias catastróficas. Este mal mayor se podría haber evitado, y ahora más que nunca debemos exigir un cambio de orientación hacia la prevención de la violencia desde el sistema de educación.
- G. F.: En el plano institucional, las respuestas no se han hecho esperar. Parece que la familia de Sandra y la Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional han emprendido acciones frente a lo sucedido.
Inmaculada: Así es. Según la información que he recabado de los medios de comunicación, se ha llevado a cabo una inspección en el centro educativo, además de remitir la información al Ministerio Público, y anunciar la apertura de un expediente administrativo para depurar las posibles responsabilidades que pudieran derivarse de esta falta de actuación. Por último, han anunciado también que se va a llevar ante la Fiscalía toda la información recabada, al detectar que no se activó el protocolo de acoso ni el de prevención de conductas autolíticas.
R.G.F.: He leído varios artículos en tu blog en el que denuncias que la figura de trabajo social está desapareciendo en los Equipos de Orientación Educativa de la Junta de Andalucía. ¿Qué nos puedes comentar sobre este tema, a qué crees que se debe este peligro de extinción?
Inmaculada: Rubén, sinceramente no logro comprenderlo, pero me indigna profundamente ver cómo el Trabajo Social Educativo está desapareciendo en nuestra comunidad autónoma. En Almería, por ejemplo, ha habido tres trabajadoras sociales en los Equipos de Orientación Educativa: Urci, Alcazaba y Mónsul, pero actualmente solo quedan dos, ya que la tercera plaza quedó desdotada tras la última jubilación. De las dos que permanecen, una está en proceso de extinción en la relación de puestos de trabajo, lo que significa que, cuando se jubile la profesional que la ocupa, también desaparecerá, quedando únicamente una plaza para toda la provincia. Esta figura, en lugar de estar integrada en la vida escolar como agente preventivo, de intervención y de coordinación con otros profesionales y servicios, queda relegada casi exclusivamente a las comisiones de absentismo. En una ocasión, una coordinadora de un EOE en Almería me dijo que su labor podía ser asumida por los Servicios Sociales Comunitarios, pero quienes conocemos bien ese ámbito, desbordado y saturado, sabemos que esta idea no se ajusta a la realidad. Los Servicios Sociales están para intervenir en aquellos casos que realmente lo requieran, que no tienen por qué ser el cien por cien de las situaciones detectadas en el entorno educativo.
R.G.F.: ¿Crees que hay algo que se pueda hacer para evitar la desaparición programada de la profesión de Trabajo Social en el sistema educativo?
Inmaculada: Pues según nos informaron desde el Colegio Oficial de Trabajo Social de Almería, nuestra presidenta y la gerente del Colegio mantuvieron una reunión con el delegado territorial de la Delegación de Desarrollo Educativo y Formación Profesional para trasladarle nuestra preocupación por la desaparición estructural de la figura de Trabajo Social en los Equipos de Orientación Educativa de Almería. Según nos comunicaron posteriormente, el delegado manifestó no tener constancia de que este perfil profesional existiera dentro del ámbito educativo, pero una vez puesto en antecedentes, señaló que este tipo de decisiones no se toman a nivel provincial, sino desde los servicios centrales. La reunión quedó en suspenso, aunque parece que existe voluntad, por parte del citado Colegio Profesional, de retomar el tema en breve, especialmente en el contexto actual, donde la profesión se siente especialmente afectada por los hechos ocurridos recientemente en Sevilla. Como solemos decir en el contexto profesional: “si tocan a una, nos tocan a todas”. Según nos han trasladado a la colegiatura, se está valorando solicitar una nueva reunión con la persona titular de la Delegación Territorial competente. Puede que esté pecando de ilusa, pero me niego a perder la esperanza.
- G. F.: Las familias que forman parte de la comunidad educativa, ¿qué compromisos deberían asumir en casos como el que nos ocupa?
Inmaculada: Considero que todas las familias deben de asumir un rol de reivindicación y de exigencia de un cambio radical en la manera en que se aborda el bullying. Ese compromiso empieza en casa, tomando conciencia de que nuestros hijos e hijas pueden comportarse de forma muy diferente en el entorno familiar, por un lado, y en el escolar por otro. Muchas veces nos podríamos sorprender descubriendo que sus comportamientos son abusivos y de maltrato o desprecio hacia personas a las que consideran más débiles, quizás en la búsqueda de notoriedad o de aceptación grupal (identidad gregaria), o como forma de canalizar frustraciones, rabia o incluso el dolor de estar viviendo situaciones de abuso o maltrato en su propio hogar. Las causas pueden ser múltiples, pero lo que no se puede ignorar es que una persona que ejerce bullying tiene una familia detrás. Educar en la empatía es tarea de todos, no solo de la escuela.
- G. F.: ¿Y el alumnado de los centros educativos?
Inmaculada: Está demostrado que el maltrato escolar es un asunto de grupo, y son necesarias personas cómplices que, o bien ríen «la gracia» a sus compañeras/os, o bien se callan y consienten, o incluso lo tapan. Esto es muy preocupante, porque sus acciones son negligentes y favorecedoras del bullying. Esta lacra la tenemos que parar entre todos. El silencio también es una forma de violencia.
- G. F.: Hablemos ahora de las tres menores acosadoras. ¿Crees que deberían recibir algún tipo de consecuencia correctiva por el daño intencionado que han causado a su compañera de estudios?
Inmaculada: Estas chicas primero fueron sus amigas y después la humillaron durante un largo tiempo, con total impunidad. No se me ocurre peor forma de deformar el carácter de una persona en proceso de construcción moral, que no darle la oportunidad de reflexionar sobre el daño que ha provocado, en este caso irremediable. Si una persona actúa sin desarrollar la conciencia moral, sin cuestionarse sus actos y las consecuencias de los mismos en el resto de personas, solo alimenta una imagen egocéntrica de sí misma, muy perniciosa para vivir en comunidad. ¿Quién les está enseñando lo que está bien y lo que está mal? ¿Cómo es posible que el centro solo optara por cambiar a las alumnas de aula, con toda la información de soporte que tenían? Una medida tan pobre no solo es ineficaz, también transmite un mensaje de desinterés absoluto frente al sufrimiento humano: “sálvese quien pueda”. La impunidad genera violencia. Creo firmemente que estas menores deberían asumir alguna consecuencia que les permita tomar conciencia de lo que han hecho, aunque la justicia llegue tarde. Ojalá no fuera así, porque la prevención siempre es más útil que el castigo. Pero ahora, ya solo queda intentar que no vuelva a repetirse.
R.G.F.: Inmaculada, gracias por tu implicación durante la entrevista. ¿Hay algo más que te gustaría decir para cerrar esta conversación?
Inmaculada: Sí, para finalizar, quiero enviar mis condolencias a la familia de Sandra Peña y decirles que les acompaño sinceramente en el sentimiento. El caso me ha conmovido profundamente, y puedo entender el dolor tan inmenso que debió sentir, máxime cuando observo su experiencia a través de la evolución de mi vida, y de mis recuerdos estudiantiles, esas edades especialmente frágiles. A Sandra le envío un abrazo de corazón a corazón. Lo siento enormemente.