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Los volcanes dormidos del Cabo de Gata

Los volcanes dormidos del Cabo de Gata

El origen magmático de un paraíso almeriense

Por Ana Rodríguez
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domingo 03 de agosto de 2025, 06:00h
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La postal que hoy ofrecen las calas de aguas cristalinas, los acantilados escarpados y las planicies desérticas del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar esconde un origen que muy pocos turistas adivinan mientras se embadurnan de crema solar en la playa de Mónsul o fotografían el arrecife de las Sirenas: este paraíso costero fue, hace millones de años, un infierno volcánico.

Entre 15 y 7 millones de años atrás, durante el periodo Mioceno, la tierra que hoy pisamos en el sureste de Almería era una zona de intensa actividad volcánica. Así lo demuestra el conjunto de estructuras geológicas que todavía afloran a lo largo de todo el parque natural. La formación de este complejo volcánico, considerado el más importante de la península ibérica, se debió a la colisión entre las placas tectónicas africana y euroasiática, un proceso que provocó la fusión del manto terrestre y el ascenso de magma hacia la superficie.

A diferencia de los volcanes cónicos activos que protagonizan los telediarios —como el Etna, el Popocatépetl o el reciente Cumbre Vieja en La Palma—, los de Cabo de Gata pertenecen a una historia antigua, erosionada por el tiempo y modelada por la aridez. Hoy, son macizos rocosos, domos y coladas solidificadas que conforman un paisaje silencioso pero extraordinariamente revelador.

Un paisaje modelado por la lava

Los principales materiales volcánicos que conforman el parque son andesitas, dacitas y riolitas. Su disposición irregular y compleja ha sido estudiada durante décadas por geólogos nacionales e internacionales. El relieve es el resultado de una actividad volcánica subaérea —es decir, en tierra firme, no bajo el mar— de tipo explosivo y efusivo, que dio lugar a domos, coladas, tobas y depósitos piroclásticos.

Uno de los ejemplos más representativos es el Cerro del Fraile, con sus 493 metros sobre el nivel del mar. Su forma redondeada corresponde a un antiguo domo volcánico, fruto del ascenso de magma viscoso que se solidificó sin llegar a colapsar en forma de cráter. Otros relieves como el Morrón de los Genoveses o el Morrón de Mateo también son formaciones volcánicas. La erosión posterior, especialmente por la acción del viento y la escasa lluvia, ha dejado al descubierto parte del corazón de aquellos antiguos volcanes.

En la costa, las formaciones basálticas de origen volcánico afloran junto a playas muy frecuentadas. En la Isleta del Moro y en las inmediaciones de Los Escullos, pueden observarse prismas volcánicos y coladas de lava solidificadas que emergen entre los acantilados, como si el magma se hubiese petrificado a mitad de camino entre la erupción y el mar.

Rodalquilar: geología y memoria minera

Uno de los puntos donde más evidente resulta la relación entre geología y actividad humana es el valle de Rodalquilar. En esta zona, las estructuras volcánicas fueron alteradas por procesos hidrotermales —es decir, por la circulación de fluidos calientes en el subsuelo— que enriquecieron el terreno en metales como el hierro, el plomo, el zinc e incluso el oro.

De hecho, Rodalquilar fue centro de una intensa explotación minera en el siglo XX, especialmente en los años 50 y 60, cuando el Estado impulsó la extracción de oro mediante técnicas modernas. La mina “María Josefa”, hoy convertida en espacio museístico, se encuentra sobre un antiguo domo volcánico que propició la concentración de mineralización aurífera en forma de vetas.

Las antiguas instalaciones mineras —algunas rehabilitadas, otras en ruinas— recuerdan que este rincón de apariencia casi bíblica fue una vez símbolo de modernidad y progreso económico. La riqueza mineral tuvo su origen directo en el vulcanismo, lo que convierte a Rodalquilar en un ejemplo casi didáctico de cómo la historia geológica condiciona la humana.

Un geoparque reconocido por la UNESCO

El valor geológico del Cabo de Gata-Níjar ha sido reconocido a nivel internacional. Desde 2006, forma parte de la Red Mundial de Geoparques de la UNESCO, un distintivo que resalta la importancia científica, educativa y paisajística de este tipo de espacios. A diferencia de los parques naturales convencionales, los geoparques tienen como misión no solo proteger, sino también divulgar el conocimiento geológico entre la población.

A lo largo del parque, paneles interpretativos, centros de visitantes como el de Las Amoladeras o el Jardín Botánico de Rodalquilar ofrecen al público información sobre el origen volcánico del terreno, la fauna y flora asociadas al clima semiárido y la evolución humana de la zona.

Además, numerosas rutas de senderismo permiten recorrer estos antiguos volcanes: el sendero del Playazo de Rodalquilar al Cerro Negro, o el itinerario que une la Isleta del Moro con Los Escullos, permiten observar sobre el terreno los rastros del pasado ígneo que dieron forma a este litoral tan singular.

Turismo y conservación: un reto permanente

La singularidad del Cabo de Gata como espacio geológico y natural está amenazada por diversos factores, principalmente la presión turística en determinadas épocas del año, las tentaciones urbanísticas y la falta de conciencia sobre su valor patrimonial.

La conservación de este complejo volcánico no depende solo de las administraciones, sino también del comportamiento de quienes lo visitan. La extracción de piedras volcánicas, el tránsito fuera de senderos marcados o la ocupación de áreas protegidas por parte de vehículos no autorizados son prácticas que, aunque minoritarias, suponen una amenaza real para un patrimonio que ha tardado millones de años en formarse.

Por todo ello, conocer la historia volcánica del Cabo de Gata no es solo una cuestión académica o científica: es también una forma de entender mejor lo que tenemos entre manos y de protegerlo para que no se convierta en un decorado sin alma.

Una belleza forjada en fuego

Lo que hoy es reserva de la biosfera, refugio de aves, plató cinematográfico y paraíso de senderistas y submarinistas, fue hace millones de años un hervidero de lava y ceniza. Cada roca, cada acantilado y cada playa del Cabo de Gata cuenta una historia que no se ve a simple vista, pero que está escrita con fuego en la piel de Almería.

Quien se adentra en este paisaje volcánico, ya no vuelve a mirar igual la tierra que pisa.

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